Humor gráfico, Guerra Civil y franquismo: Índice
Dibujantes represaliados o exiliados
De izquierda a derecha, el editor Carceller y los dibujantes Bluff, Mateos, Calders, Tisner y Robledano
Durante la Guerra Civil los caricaturistas y humoristas gráficos de los dos bandos ejercieron una importante influencia sobre la opinión pública; con sus lápices, plumas y pinceles, con su humor, su ironía y sus sátiras, realizaron una labor propagandística muy importante.
Su trabajo era considerado valioso por los dirigentes y los partidarios de los dos bandos. Era una forma eficaz, en clave de humor, de fácil asimilación, de contribuir al esfuerzo bélico. En primer lugar, poniendo de relieve por un lado la valentía de los propios combatientes y, por otro lado, ridiculizando al enemigo o deshumanizándolo. En segundo lugar, como forma de distracción, y como una manera de mantener los ánimos en la retaguardia, fomentando la capacidad de resistencia ante las adversidades, cada vez mayores: la escasez de alimentos, las noticias de las muertes en el frente, los bombardeos de las ciudades...
A causa de la influencia que ejercieron, y de la manera como trataron la figura de sus adversarios, a menudo ridiculizándolos de forma extrema, llamándoles asesinos, etc., al finalizar la guerra los dibujantes republicanos que no se exiliaron fueron duramente represaliados. Sobre todo, si habían firmado sus dibujos y si sus acusadores además habían tenido acceso a las publicaciones correspondientes (algunos, quizá previendo este posible desenlace, no firmaban las viñetas, o las firmaban con seudónimos). Por suerte para algunos de estos dibujantes, sus acusadores no siempre tuvieron a mano aquellas publicaciones, como prueba incriminatoria.
Franco había reiterado que "aquellos que no tuvieran las manos manchadas de sangre no tenían nada que temer". Aquellos dibujantes solo las tenían manchadas de tinta, y a pesar de ello a algunos aquella tinta les costó la vida. O la depuración y largos años de prisión. Igual les ocurrió a los escritores y periodistas, un colectivo mucho mayor, y que por tenerlas ellos "manchadas de letras", también pagaron muy cara su colaboración con la República.
En este apartado hemos querido recoger algunas de estas historias de represalias sufridas por dibujantes. Las de Bluf y Carceller, ejecutados. Las de Robledano, Echea, Sama Naharro, Puyol y Escobar, depurados. La de Mateos, viviendo nueve años oculto al finalizar la guerra, con el temor a ser descubierto. A estas historias hay que añadir las de quienes, precavidos, o con la posibilidad de hacerlo, optaron por el exilio, como Armengol, o Tisner y Calders (estos dos, primero amenazados por la FAI y luego con miedo a los sublevados). Y la de Areuger, dibujante de la revista de derechas Gracia y Justicia, detenido en Madrid al principio de la guerra y fusilado en una saca republicana.
Obviamente, la población represaliada entonces fue mucho mayor: millares de personas fueron víctimas de la brutal, desmesurada y alargada represión franquista. Además, hay que tener en cuenta que los que realmente tenían las manos manchadas de sangre (que habían participado, por ejemplo, en ejecuciones extajudiciales en la retaguardia republicana, sacas de presos, asesinatos de religiosos, etc.), por poco que pudieron huyeron, porque sabían lo que les esperaba.
En resumen: los casos de estos dibujantes son solo una ínfima parte, anecdótica, de lo que ocurrió entonces, y si sus historias individuales son más conocidas es solo a causa del interés de algunos historiadores por sacarlas a la luz, por su protagonismo en las revistas y periódicos de aquellos años.
Para los depurados en general, por el motivo que fuera (porque habían pertenecido a algún sindicato, o porque habían ocupado algún cargo político, o porque eran maestros de ideas republicanas, o porque eran parientes "de rojos", etc.), después de soportar algunos el horror de condenas a muerte, si la pena les era conmutada por penas de prisión (años de reclusión cumplidos enteros o no, si podían salir bajo libertad vigilada), una vez en la calle tenían que adaptarse a la nueva situación. Siempre con miedo. Había que sobrevivir, había que comer, y cada cual lo hizo como pudo. Aquellos dibujantes también, unos con más habilidad o suerte que otros.
Además, hay que tener en cuenta que las penas de prisión en ocasiones iban acompañadas de penas económicas y eventuales embargos, por lo que en muchos casos la vida de los represaliados y sus familias durante la postguerra fue muy dura, durísima.
La situación de los dibujantes y cartelistas que habían contribuido a la campaña propagandística de los sublevados obviamente era otra: al finalizar la guerra, para ellos la postguerra fue mucho más amable. Por ejemplo, Tono, Miura, Herreros y otros, que habían dibujado para La Ametralladora durante la guerra, en 1941 crearon La Codorniz, en la que practicaron un tipo de humor ya ensayado en La Ametralladora.
En la Codorniz el suyo era un humor surrealista o blanco, socialmente no conflictivo y prudente, característico de aquellos años grises. Porque hay que tener en cuenta que, para aquellos dibujantes del bando de los vencedores, su labor no estaba tampoco entonces libre de riesgos. Al contrario, ya que durante aquellos años la censura era feroz para cualquiera que osara desviarse mínimamente de la ortodoxia nacionalcatólica imperante.
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