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 Educación y derechos humanos
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Prácticas de ciudadanía
Josep Maria Puig Rovira
. El País, 25-6-2006 (fragmento)
La nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos está recibiendo alabanzas y críticas. No podía ser de otro modo. Una de las mayores controversias recuerda un debate clásico: ¿la ciudadanía realmente puede enseñarse y, en caso de una respuesta afirmativa, se puede enseñar mediante una asignatura? Veamos las posturas en litigio.

Las opiniones favorables a esta asignatura se basan en una idea clave: no nacemos siendo buenos ciudadanos, ni tampoco basta con pertenecer a una sociedad democrática para llegar a ser verdaderos demócratas, nos hacemos ciudadanos de una democracia en buena parte gracias a la educación. Las regulaciones legales y las formas sociales pueden encauzar el comportamiento, aunque por sí solas no garantizan la convicción cívica necesaria para lograr una óptima convivencia democrática. Por tanto, llegar a ser un buen ciudadano requiere un esfuerzo formativo y para hacerlo efectivo lo mejor es dar a la ciudadanía rango de asignatura.

Entre quienes no desean una asignatura de ciudadanía, la argumentación más frecuente acepta la necesidad de educar para la ciudadanía, pero rechaza convertir esa tarea formativa en una simple asignatura. Se afirma que para formar ciudadanos de nada sirve la información que proporcionan los libros de texto y el profesorado. Ser ciudadano de una democracia tiene que ver con ciertos rasgos de carácter y hábitos de comportamiento que no se adquieren mediante el saber que dispensan las asignaturas. Llegar a ser un correcto ciudadano demócrata se consigue ejercitando las virtudes cívicas en las múltiples ocasiones que proporciona la vida de los centros educativos. Se trata de una educación para la ciudadanía omnipresente, compartida por todo el profesorado, y transversal.

Las dos posturas tienen parte de razón. Conviene defender una asignatura porque proporciona la oportunidad de reflexionar sobre conocimientos que pueden motivar la convivencia democrática. Pero también conviene defender la implicación de los jóvenes en actividades que repetidamente pongan en juego hábitos cívicos. Educar para la ciudadanía requiere reflexión y experiencia. Visto, pues, que lo necesitamos todo, si no hubiese asignatura, se debería recomendar. Pero como la tendremos, se debe recomendar vivamente la realización de actividades prácticas: algo así como unas prácticas de ciudadanía.

¿Qué entendemos por prácticas de ciudadanía? Se trata de algo sencillo, las prácticas de ciudadanía son todas las oportunidades que ofrecemos a nuestros jóvenes para que realicen actividades que les preparen para la ciudadanía, actividades que les permitan cultivar virtudes cívicas. Cuando reducimos las clases magistrales para en su lugar entablar debates sistemáticos y reposados con los alumnos, les estamos ofreciendo una oportunidad de entrenar hábitos de ciudadanía. Cuando impulsamos la participación del alumnado en las reuniones de clase o de delegados para regular la convivencia y considerar la marcha del trabajo escolar, les estamos ofreciendo una oportunidad de degustar valores cívicos. Cuando establecemos sistemas de aprendizaje cooperativo en los que el trabajo y el éxito son colectivos, les estamos enseñando contenidos y a la vez preparando en valores que les serán de utilidad en su vida profesional y ciudadana. Son algunas de las muchas modalidades de prácticas que podrían completar la asignatura de educación para la ciudadanía.

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