Joan Tharrats
El Jueves, nº 1305,
2002
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Cuando
hablamos de humor, ¿de qué hablamos?
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"Todos
los más profundos filósofos han declarado que una definición
del humor era cosa humanamente imposible".
A. G. Lestrange (Enciclopedia Espasa, "humorismo").
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"Intentar
definir el humorismo es como pretender atravesar una mariposa usando, a
manera de alfiler, un poste telegráfico".
Enrique Jardiel Poncela (citado en "Los españolitos y el humor",
Editora Nacional, Madrid, 1972)
La palabra "humor",
de tan usada y de forma tan distinta, a menudo requiere una definición
adjunta, para saber exactamente el significado que le atribuimos en un
momento dado (y así evitar confusiones cuando la utilizamos).
No es este el lugar
para hacer una gran disertación sobre el tema, ni somos tampoco
los más indicados para hacerla. Pero sí que es imprescindible
intentar una mínima definición. Subjetiva a la fuerza, a
la vista de las citas anteriores, pero necesaria para delimitar el ámbito
de nuestra propuesta.
Por ejemplo, lo podemos
intentar exponiendo cual es el humor que nos gusta y que nos parece útil
de cara a nuestros propósitos (la educación en derechos humanos)
y que por lo tanto proponemos aquí como modelo. Con esta intención,
podríamos hacer nuestras las siguientes palabras de Juan Luis Cano:
"El
humor es una actitud ante la vida. Cuando uno afronta los acontecimientos
cotidianos de una manera positiva, se pone del lado del mejor humor. En
cambio, cuando ese talante se utiliza tan sólo como instrumento
de mofa y chufla, el humor deja de tener el valor que se le supone. (...)
Reírse del desfavorecido, hacer bromas sobre la desgracia ajena,
no es un mecanismo para la desdramatización, es, más bien,
un camino hacia el escarnio: y eso no es humor."
Perfiles
(ONCE), 1999
Así, un humor,
o "presunto humor", que nos distancie de los oprimidos, fomentando el extrañamiento
y no la empatía hacia ellos (sean mujeres maltratadas, trabajadores
explotados o habitantes de países depauperados), un humor que se
cebe en ridiculizar las minorías de cualquier tipo o las personas
discapacitadas, o que pretenda exclusivamente hacernos reír con
la desgracia ajena, solamente tendrá utilidad para nosotros como
ejemplo de aquello que hay que evitar. Porque un humor de este tipo difícilmente
será una herramienta que fomente la solidaridad, la empatía
o la justicia social. Y ni como válvula de escape será deseable,
ya que sus potenciales efectos secundarios pueden llegar a ser destructivos.
El modelo humorístico
que proponemos es un producto elaborado a través de siglos de civilización
(como los mismos derechos humanos). Durante su evolución, a
la par que ha ido afinando el ingenio y profundizando el análisis
del ser humano, se ha ido desplazando desde la simple comicidad (entendida
esta como la capacidad de "divertir o excitar la risa", según el
diccionario), hasta un lenguaje sutil y paradójico, a menudo implicado
con la soledad, el dolor y el desconcierto de los más desamparados.
Y apuntando al mismo tiempo con su dedo acusador a los responsables de
las distintas injusticias sociales (razón por la cual, naturalmente,
también han sido habituales sus encontronazos con el poder).
Ya hemos dicho que
la elección del modelo humorístico que hemos hecho es arbitraria.
No solamente excluye modelos claramente rechazables, sino también
otros modelos que sólo pretenden distraer, por otro lado altamente
recomendables, pero que no serían los más adecuados para
fundamentar este proyecto educativo.
"Un
chiste acerca de los judíos nunca será humorístico
en boca de un antisemita. La risa no lo es todo, y tampoco disculpa nada.
Por lo demás, tratándose de males que se pueden impedir o
combatir, seríamos culpables si nos contentáramos con bromear
sobre ellos. El humor no hace las veces de la acción, y la insensibilidad,
en lo que concierne al sufrimiento ajeno, es una falta."
André
Comte-Sponville. Pequeño tratado de las grandes virtudes. Paidós,
2009
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