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Una cosa es consignar la pena en el Código y muy otra el aplicarla. Pregonamos lo primero y con todo deseamos ver muy restringida, cuanto más sea posible, su aplicación y muy expedito el camino del indulto aún a trueque de que se tilde de prodigación. Tenemos que, de hecho, ya casi no existía la pena de muerte (descontados los códigos militares) y ello no ha sido criticado por nadie ya que en nada destruye esa arma reservada a los tribunales para aquellos casos --que los hay por desgracia-- en que su condonación resulta un escarnio a la justicia a más de un atentado a la seguridad de todo ciudadano. Y que en nuestra patria no pasa en balde la eficiencia de las leyes y que nuestra delincuencia guarda con ellas una correlación muy significativa, será todo lo sensible que se quiera, pero es una verdad demostrada.

Que nuestra teoría es poco galante a la humanidad, bien lo sabemos; pero mientras los hombres seamos como somos, mientras haya seres en quienes pueda más la perspectiva del castigo que la exacta noción y cumplimiento de los deberes, vale más esa que contribuir a llorar los resultados de teorías más halagadoras.