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Ensayo sobre la lucidez
José Saramago.
Punto de Lectura. Madrid, 2006 (pag. 293, 321, 322, 324, 376, 383)
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me refiero al momiento del voto en blanco, no se haga de nuevas, y no pierda tiempo preguntándome si tengo pruebas de lo que afirmo, usted es quien tiene que demostrarme su inocencia, puesto que las pruebas, esté segura de eso, aparecerán cuando sean necesarias, es sólo cuestión de inventar una o dos que sean irrefutables, y aunque no lo puedan ser completamente, las pruebas circunstanciales, incluso remotas, nos bastarían,

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Cautelosamente, el inspector preguntó, Está insinuando que nos vamos a ir de aquí con las manos vacías, También podemos irnos con las manos en los bolsillos, si prefieres esta expresión, Y así nos vamos a presentar ante el ministro, Si no hay culpable, no lo podemos inventar, Me gustaría que me dijera si esta frase es suya, o del ministro, No creo que sea del ministro, desde luego no recuerdo habérsela oído, Yo no la he oído jamás desde que estoy en la policía, comisario, y con esto me callo, no abro más la boca.

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Crees que decir que un acusado es inocente es fracasar en una diligencia, Sí, si la diligencia fue diseñada para convertir en culpable a un inocente, Hace poco afirmabas a pies juntillas que la mujer del médico era culpable, ahora estás a punto de jurar sobre los evangelios que es inocente, Tal vez lo jurase sobre los evangelios, pero nunca en presencia del ministro del interior, Lo comprendo, tienes una familia, una carrera, una vida, Así es, comisario, a eso también se le puede añadir, si quiere, mi cobardía,

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A partir de este momento doy por terminada la farsa de los nombres en clave, yo soy el ministro del interior y usted es un comisario de policía, Sí señor ministro, Para ver si nos entendemos de una vez, voy a formular de manera diferente la pregunta que le acabo de hacer, Sí señor ministro, Está dispuesto, al margen de su convicción personal, a afirmar que la mujer del médico es culpable, responda sí o no, No señor ministro, Ha medido las consecuencias de lo que acaba de decir, Sí señor ministro, Muy bien, entonces tome nota de las decisiones que acabo de adoptar,

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Podría haber tomado un taxi, pero prefirió ir a pie. No tenía nada que hacer y era una manera de emplear el tiempo. Cuando llegó al jardín, se sentó en el banco donde estuvo con la mujer del médico y conoció de verdad al perro de las lágrimas. Desde allí veía la fuente y a la mujer del cántaro inclinado. Debajo del árbol aún hacía un poco de fresco. Se tapó las piernas con los faldones de la gabardina y se acomodó suspirando de satisfacción. El hombre de la corbata azul con pintas blancas vino por detrás y le disparó un tiro en la cabeza.

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La mujer se aproxima a la barandilla de hierro, pone las manos encima y siente la frescura del metal. No podemos preguntarle si oyó los dos tiros sucesivos, yace muerta en el suelo y la sangre corre y gotea hasta el piso de abajo. El perro viene corriendo desde dentro, olfatea y lame la cara de la dueña, después estira el cuello hacia arriba y suelta un aullido escalofriante que otro tiro inmediatamente corta.

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