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Los seis ciegos y el elefante
Existen distintas versiones de esta historia, más sencillas o elaboradas, con la participación de entre tres y seis ciegos, de las que se citan orígenes que van desde Persia a la India. El texto aquí reproducido és una adaptación a partir de algunas de estas versiones.
En la Antigüedad, vivían seis hombre ciegos que pasaban las horas compitiendo entre ellos para ver quién era el más sabio. Para demostrar su sabiduría, exponían sus saberes y ocurrencias y luego decidían entre todos quién era el más convincente.

Un dia, discutiendo acerca de la forma exacta de un elefante, no conseguían ponerse de acuerdo. Las posturas eran opuestas y como ninguno de ellos había podido tocar nunca un elefante, decidieron salir al día siguiente a la busca de un ejemplar, y de este modo poder salir de dudas.

Puestos en fila, con las manos en los hombros de quien les precedía, emprendieron la marcha enfilando la senda que se adentraba en la selva. No habían andado mucho cuando de pronto, al adentrarse en un claro, se dieron cuenta que estaban al lado de un gran elefante.

Los seis sabios ciegos estaban llenos de alegría, y se felicitaban unos a otros por su suerte. Finalmente podrían resolver el dilema y decidir cuál era la verdadera forma del animal.

El primero de todos, el más decidido, se abalanzó sobre el elefante preso de una gran ilusión por tocarlo. Sin embargo, las prisas hicieron que su pie tropezara con una rama en el suelo y chocara de frente con el costado del animal.

-El elefante  –exclamó– es como una pared de barro secada al sol.

El segundo de los ciegos avanzó con más precaución, con las manos extendidas. En esta posición tocó dos objetos muy largos y puntiagudos. Eran los colmillos.

-¡La forma de este animal es exactamente como la de una lanza...sin duda es así!

Entonces avanzó el tercer ciego. El elefante, ya algo curioso, se giró hacía él y le envolvió la cintura con su trompa. El ciego agarró la trompa del animal y la resiguió de arriba a abajo, notando su forma alargada y estrecha, y cómo se movía.

-Escuchad, este elefante es como una larga serpiente.

Era el turno del cuarto sabio, que se acercó por detrás y recibió un suave golpe con la cola del animal, que se movía para asustar a los insectos que le molestaban. El sabio agarró la cola y la resiguió de arriba abajo con las manos. No tuvo dudas y exclamó:

-Ya lo tengo, es igual a una vieja cuerda.

El quinto de los sabios se encontró con la oreja del animal y dijo:

-Ninguno de vosotros ha acertado en su forma. El elefante es más bien como un gran abanico plano.

El sexto sabio era el más viejo de todos, y cuando se encaminó hacia el animal, lo hizo con lentitud, encorvado, apoyandose en un bastón. De tan doblado que estaba por la edad, pasó por debajo de la barriga del elefante y tropezó con una de sus gruesas patas.

-¡Escuchad! Lo estoy tocando ahora mismo y os aseguro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de una gran palmera.

Todos habían experimentado por ellos mismos cuál era la forma verdadera del elefante, y creían que los demás estaban equivocados. Satisfecha así su curiosidad, volvieron a darse las manos y tomaron otra vez la senda que les conducía a su casa.

Otra vez sentados bajo la palmera que les ofrecía sombra y les refrescaba con sus frutos, retomaron la discusión sobre la verdadera forma del elefante, seguros de que lo que habían experimentado por ellos mismos era la verdadera forma del elefante.