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La justicia de Itakura Shiguemune
Arai Hakuseki.
Hankampu (1710, Japón)
Reproducido en: El derecho de ser hombre (recopilación de textos coordinada por Jeanne Hersch). UNESCO, 1968. Edición en español: Ediciones Sígueme, Salamanca, 1973
Una vez designado, Shiguemune va todos los días al tribunal, se inclina en el corredor hacia el Oeste, y entra. Allí coloca ante sí un molinillo de té, se sienta tras una puerta de papel, y juzga las causas mientras muele el té con sus propias manos. Todos se extrañaban, pero nadie osaba interrogarle. Cuando, después de muchos años, alguien le preguntó por qué hacia eso, respondió:

"Cuando voy al tribunal y me inclino en el corredor hacia el Oeste, es para orar a los dioses de Atago. Entre los innumerables dioses, los de Atago son especialmente famosos por su poder divino, y yo los invoco para pedirles una cosa: que al juzgar las causas que se le presentan, el corazón de Shiguemune este libre de toda parcialidad; y que si es parcial en algo, deje de vivir. Esto les he pedido cada día. Pensaba también, que si uno no juzga con claridad es porque el corazón está agitado por cualquier cosa. Los hombres buenos pueden tratar de no dejarse conmover, pero Shiguemune no lo conseguirá. Entonces, para comprobar si mi corazón está turbado o no, me ejercito moliendo té. Cuando mi corazón está tranquilo y firme, mi mano también lo está, el molinillo funciona suavemente y el polvo de té que sale de él es muy fino: así sé que mi corazón no se altera, y dicto sentencia. Si escucho los litigios tras una puerta de papel es porque al ver las caras de la gente uno encuentra de todo, en variedad imposible de enumerar: rostros horribles y simpáticos, sinceros y malvados. Lo que dice el hombre de fisonomía en apariencia sincera nos da la impresión de ser verdad, y lo que hace el que tiene cara de malvado nos parece falso, aunque pueda ser justo. Ante la querella de un hombre de aspecto simpático uno lo cree víctima de una persecución; cuando discute otro de expresión detestable, lo cree equivocado. Todo ello viene de que el corazón se deja influir por lo que ven los ojos, y aun antes de que la gente hable tenemos juicio formado sobre ella: éste es un criminal, éste bueno y éste otro justo; luego, al escuchar las palabras del pleito, no nos faltan ocasiones de comprender las cosas a la luz de lo que ya pensábamos. Pero al dictar sentencia hay, entre los que parecen simpáticos, gente detestable; entre los que tienen aspecto detestable, gente simpática; falsos entre los sinceros, rectos entre los torcidos. ¡Cuántos y cuántos casos así! El corazón del hombre es difícil de penetrar, y nunca se puede tomar una decisión ateniéndose a los rostros. Antaño, se fallaba según el aspecto de la gente: esto lo pueden hacer los hombres que no se hayan equivocado nunca; pero hombres como Shiguemune se dejan engañar con frecuencia por lo que ven. Porque todo el mundo tiene miedo de comparecer ante un tribunal, y por añadidura está el temor natural que se siente en presencia de quien tiene poder de vida o muerte sobre los otros. Con ese miedo no se puede decir lo que se debe, y es fácil ser condenado por un crimen o por un delito. Por eso vale más no dejarse ver recíprocamente las caras; ese pensamiento fue el que me hizo establecer la separación".

Así es como, encomendándose a los dioses y jurando no ser parcial, Shiguemune hace que su corazón sea recto tanto por dentro como por fuera; luego escucha el proceso y dicta sentencia.