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Ruanda se reconcilia

María Prieto, Ángela Ordóñez. El País, 2-3-2018
Numerosas iniciativas para el diálogo y la reconciliación nacen por todo el país

Ruanda es tristemente recordada por el genocidio de 1994, en el que murieron unas 800.000 personas a manos de sus paisanos y vecinos. Antes y después del genocidio hubo también matanzas, de una y otra parte, de una y otra etnia, lo que suma casi un millón de muertos a causa del conflicto.

Es difícil de entender que se pueda construir algo a partir de una historia así. Es difícil de entender que un país pueda volver a funcionar con normalidad, que los vecinos que una vez fueron enemigos y que se agredieron tan brutalmente vuelvan a ser otra vez simplemente vecinos y convivan paseando por las mismas calles, asistiendo a los mismos actos religiosos, estudiando en los mismos centros escolares. Pero es lo que están consiguiendo en Ruanda, volver a convivir en paz, aprendiendo de su pasado y con un mantra que se repite a lo largo y ancho de este pequeño país: 'Genocide never again'.

Lo que están haciendo los ruandeses desde hace más de 20 años es mucho más que aprender a soportarse; es mucho más que tolerar la existencia del otro; es mucho más que mantener una paz endeble mediante el silencio o la represión del resentimiento, el odio o el rencor. En Ruanda la palabra reconciliación tiene un significado muy profundo, no es solo volver a relacionarse, es volver a relacionarse desde la verdad, la justicia, el perdón y el contacto, ingredientes básicos de la verdadera reconciliación. Especialmente en las zonas rurales, encontramos ejemplos admirables de la grandeza de la que el corazón humano es capaz.

En los últimos 15 años se han multiplicado las iniciativas para la reconciliación por todo el país y nacidas en todos los ámbitos de la sociedad. Algunas en las iglesias locales ruandesas, como el Musaka Program, iniciado en 2009 por el padre Ubald Rugirangoga, o como las nacidas alrededor del Sínodo de 2009: 'África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz'. Otras impulsadas por el Gobierno, como la Comisión Nacional para la Unidad y la Reconciliación, creada en 1999, y otras por asociaciones laicas fruto de la movilización civil, como la Hyppolite for Peace Foundation o la Asociación Modeste et Innocent (AMI).

La AMI nació en 2007 en la ciudad de Butare, testigo de más del 20 % de los asesinatos durante el genocidio. Esta organización trabaja en colaboración con los gobiernos locales para identificar y abordar situaciones de conflicto no resuelto entre hutus y tutsis. Bajo la filosofía ubuntu, crean el ambiente de seguridad necesario para que grupos de víctimas y agresores accedan al encuentro y al diálogo honesto. En primer lugar, reúnen en grupos separados a exprisioneros y a supervivientes, para que en cada grupo reflexionen sobre la filosofía ubuntu y decidan los valores que desean que gobiernen sus vidas. A continuación, cada grupo escribe las acusaciones que dirigiría al otro grupo, se intercambian las acusaciones y se elaboran en cada grupo intentado entender la perspectiva del otro. En tercer lugar, se produce el encuentro entre grupos, el diálogo, la escucha, la rehumanización del otro, las disculpas y el perdón. Por último, todos se comprometen con el grupo en seguirse apoyando en el camino de la reconciliación, iniciando una actividad económica conjunta que les lleva a mantener el contacto en un ambiente de colaboración y confianza.

Este es solo un ejemplo de las muchas iniciativas de reconciliación de este pequeño gran país. Por uno u otro camino, el resultado es el mismo: la verdad, la justicia, el perdón o el contacto. De una u otra manera, en las pequeñas comunidades la gente se sentó a hablar, a contarse unos a otros lo que pasó, lo que vieron, lo que hicieron, lo que sufrieron; se dejó espacio a la verdad. Después hicieron justicia, hubo prisioneros, trabajos comunitarios, compensaciones y reparaciones. Y después de la justicia vino el encuentro, los prisioneros empezaron a salir de la cárcel y regresar a su casa, a su pueblo, a su comunidad. Entonces, empezó el trabajo emocional, encontraron la humanidad del otro, dejaron de tenerse miedo, muchos agresores buscaron perdón y muchas víctimas lo concedieron. Y, por último, llegó la colaboración, los proyectos conjuntos, las bodas entre familias de distinta etnia. De nuevo la vecindad, de nuevo la comunidad.

'Bienvenida al país de las mil colinas y el millón de sonrisas', pone en el visado que nos permitió entrar en Ruanda hace unos días. Los ruandeses sonríen, todavía con el espanto en la memoria, con el horror que aún no han podido despegarse del todo, con el vértigo que produce haber mirado al mal a los ojos. No son sonrisas superficiales, no son sonrisas mecánicas ni fingidas, son el resultado de comprobar que el ser humano es mucho más que el dolor que puede provocar y que puede padecer, que el alma humana puede soportar el espanto y el horror, que nuestra capacidad para el bien es siempre mayor, y que reconociendo la humanidad del otro se empieza un auténtico camino de grandeza y esperanza.