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La "solución final" que terminó en el extermino indio
Jorge Vilches
. La Razón, 21-06-2020 (fragmentos)
El sociólogo norteamericano James William Loewen publicó en 1995 un libro en Estados Unidos que en poco tiempo se convirtió en "best-seller". Aquí en España se ha editado mucho después con el tituló "Patrañas que me contó mi profe" (Capitán Swing), con el elocuente subtítulo de "En qué se equivocan los libros de Historia de los Estados Unidos".

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Loewen demostraba que los estadounidenses habían perdido el contacto con la historia de su país porque los libros de texto no estaban pensados para formar, sino para adoctrinar. Esos manuales relataban la epopeya de un pueblo virtuoso, dirigido por el patriotismo, optimista, con un gran pasado y un mejor destino, que, analizado con los ojos del presente, se aferraba a lo políticamente correcto condenando la esclavitud y la Guerra de Vietnam. Entre la desinformación y el adoctrinamiento, no sabían quiénes eran realmente, y quedaban vulnerables a las soflamas de cualquier desaprensivo.

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Gregory H. Stanton presentó un documento en el Departamento de Estado de Estados Unidos en 1996 en el que se describen las ocho etapas del genocidio, que amplió a diez en 2013. El modelo se puede aplicar a las tribus nativas de aquel país. Primero se produjo la clasificación en función de la etnia, la raza o la religión. Segundo, la simbolización biológica: los "pieles rojas", o, en el caso de que no fuera visible, su determinación por medio de la vestimenta o un signo. En tercer lugar ocurrió la discriminación legal: los nativos no eran ciudadanos como los norteamericanos y, por tanto, carecían de los mismos derechos.

Luego se procuró la deshumanización para eliminar la barrera psicológica moral; es decir, que a las mentes religiosas de los norteamericanos no les pesara la discriminación o la muerte de los nativos como si fueran animales. Esto fue sencillo en el caso norteamericano porque usaron los nombres de los indios asociados a la naturaleza, como Toro Sentado, para animalizar a los nativos. La organización de la liquidación humana fue el paso siguiente, lo que se hizo a través de fuerzas militares -los "casacas azules"- o milicianos. Después vino la provocación de un enfrentamiento contra ellos, una guerra, a la que siguió una "solución final", un apartheid o, en este caso, reservas indias. Así, las tribus fueran echadas de sus propiedades, expropiadas a la fuerza, y confinadas en territorios donde fueron maltratadas, asesinadas o dejadas morir de hambre. Por último, tuvo lugar lo que cuenta el sociólogo Loewen: la ocultación de la Historia. De esta manera, pueden desaparecer para siempre de la realidad y de la memoria.

En 1787 el gobierno de EE.UU firmó tratados con tribus consideradas naciones soberanas, en los que se intercambiaba tierra por protección, paz y amistad. Thomas Jefferson apuntó en esos tratados: "En sus derechos de propiedad y libertad, nunca serán invadidos ni molestados". No obstante, en 1790 empezó el enfrentamiento con los Creek, Cherokee y Chickasaw por la ocupación de tierras por parte de colonos respaldados por un Gobierno que usaba el ejército para mantener esos dominios.

Un año después de la elección de Andrew Jackson como presidente, en 1829, se encontró oro en territorio Cherokee. Esto provocó la Ley de Expulsión de Indios de 1830. A pesar de que la Corte Suprema invalidó dicha norma, en noviembre de 1838, 7.000 soldados invadieron el territorio y expulsaron a los nativos. En el viaje murieron unos 4.000 cherokees, una cuarta parte de su población. Los cherokee llaman a este episodio el "Sendero de las lágrimas". Lo mismo se hizo con los Navajo, Potawatomi, Seminole, Muscogee y Choctaw. Los que cedían quedaron hacinados en las reservas dependientes de la caridad del Gobierno. Así, el hambre y la desnutrición diezmaron aún más a los nativos.

Las revueltas eran castigadas con masacres. Las películas del Oeste distorsionan la realidad. En las batallas de Sand Creek o de Wounded Knee se usaron obuses para matar a mujeres, niños y ancianos. No acabó ahí. Para acabar con su fuente de alimentación, entre 1872 y 1873 el general Philip Sheridan ordenó matar a los búfalos: más de 3.500.000. En California se organizó un auténtico genocidio y esclavitud de los nativos. La Ley para el Gobierno y Protección de los indios (1850) permitía esclavizarlos y vender a los niños. Al no considerarse personas, los asesinatos y las masacres se multiplicaron, algunas realizadas por milicianos sufragados con fondos públicos. En 50 años la población india de California pasó de 150.000 a 15.000. En 1879 el Gobierno emprendió la tarea de "matar al indio y salvar al hombre". Arrancaron a los niños de sus familias para meterlos en escuelas públicas donde educarlos en otros valores. Se les prohibió su religión y su idioma aplicando castigos severos, y trabajaban como criados.

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La población nativa fue reducida de unos doce millones en el siglo XVI a menos de 250.000 en 1900. No fueron solo diezmados por la violencia, también por patógenos "europeos" como la viruela, el sarampión, la gripe, la tosferina, la difteria, el tifus, la peste bubónica, el cólera y la fiebre escarlata. Algunas veces el contagio fue deliberado, como con la entrega de mantas con viruela en 1837 que causó 100.000 muertos.

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