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Elogio de la locura

Erasmo de Rotterdam (1466-1536)
Capítulo XVII  (1511)
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Por lo demás, dado que el varón está destinado a gobernar las cosas de la vida, tenía que otorgársele algo más del adarme de razón concedido, a fin de que tomase resoluciones dignas de él. Se me llamó a consejo junto con los demás y lo di al punto, y digno de mí: Que se le juntase con una mujer, animal ciertamente estulto y necio, pero gracioso y placentero, de modo que su compañía en el hogar sazone y endulce con su estupidez la tristeza del carácter varonil. Y así Platón, al parecer dudar en qué género colocar a la mujer, si entre los animales racionales o entre los brutos, no quiso otra cosa que significar la insigne estupidez de este sexo.

Si, por casualidad, alguna mujer quisiese ser tenida por sabia, no conseguiría sino ser doblemente necia, al modo de aquel que, pese a Minerva, se empeñase en hacer entrar a un buey en la palestra, según dice el proverbio. Efectivamente, duplica su defecto aquel que en contra de la naturaleza desvía su inclinación y remeda el aspecto de la aptitud. Del mismo modo que, conforme al proverbio griego, «aunque la mona se vista de púrpura, mona se queda», así la mujer será siempre mujer; es decir, estúpida, sea cual fuere el disfraz que adopte.

Sin embargo, no creo que el género femenino llegue a ser tan estúpido que me censure por el hecho de que otra mujer, la Estulticia en persona, les reproche la estupidez. Pues si consideran juiciosamente la cuestión, verán que deben a la Estulticia el tener más suerte que los hombres en muchos casos.

Tienen, primeramente, el encanto de la hermosura, que, justificadamente, anteponen a todas las cosas, puesto que, por su virtud, tiranizan hasta a los mismos tiranos. ¿De dónde proceden lo desgraciado del aspecto, el cutis híspido y la espesura de la barba, que dan al varón aspecto de viejo, sino del vicio de la prudencia, mientras que la mujer conserva las mejillas tersas, la voz fina, el cutis delicado, remedo de perpetua juventud?

En segundo lugar, ¿qué otra cosa desean en esta vida más que complacer a los hombres en grado máximo? ¿A qué miran, si no, tantos adornos, tintes, baños, afeites, ungüentos, perfumes, tanto arte en componerse, pintarse y disfrazar el rostro, los ojos y el cutis? Así, pues, ¿qué las recomienda a los hombres más que la necedad? ¿Hay algo que éstos no les toleren? ¿Y a cambio de qué halago, sino de la voluptuosidad? Se deleitan, por consiguiente, sólo en la estulticia y de ello son argumento, piense cada cual lo que quiera, las tonterías que le dice el hombre a la mujer y las ridiculeces que hace cada vez que se propone disfrutar de ella.

Ya sabéis, por tanto, el primero y principal placer de la vida y la fuente de que mana.


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