|
El
humorista-torero
Evaristo
Acevedo. Los españolitos y el humor. Editora Nacional. Madrid, 1972
Ahí está.
El humorista-torero, sobre la arena. En la mano, dos banderillas: la ironía
y la sátira. En frente, el toro de la rutina, con los desarrollados
cuernos del fanatismo y la hipocresía. El humorista cita: "¡Eh,
torito, eh!...". Pero busquemos a Manuel Machado. El lo va a explicar mejor:
Ágil,
solo, alegre,
sin perder la línea
—sin más
que la gracia
contra la ira—
andando,
marcando,
ritmando
un viaje especial
de esbeltez y osadía...
llega, cuadra, para
—los brazos alzando—
y, allá por
encima
de las astas, que
buscan el pecho,
las dos banderillas,
milagrosamente
clavando..., se
esquiva
ágil, solo,
alegre,
¡sin perder
la línea!
Sin perder la línea
de la lógica. Permaneciendo sereno para no caer en el insulto, la
calumnia o la injuria. Ritmando el estilo que le haga de todos ser entendido,
sin llegar a lo chabacano. Sabiendo llegar hasta el límite exacto
en que es preciso detenerse, clavar las dos banderillas y esquivar las
peligrosas astas del toro. Y, todo ello, solo y alegre. Jugando la baza
de la gracia y la ira. ¡Qué bonito el juego cuando el humorista
vence a la ira, a base de gracia, y termina la suerte, milagrosamente ileso,
sin que los cuernos de la represión social —multas, cárceles,
destierros— alcancen a clavarse sobre su pecho y se acerca, nuevamente,
a la barrera:
Ágil,
solo, alegre,
sin perder la línea...
para coger dos nuevas
banderillas y continuar la tarea: "¡Eh, torito, eh...!". |