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Derechos humanos y voluntariado
Derrota sutil. Ángel Castiñeira y Josep M. Lozano. La Vanguardia, 16-3-2006


Uno de los libros emblemáticos de Pere Calders lleva por título Invasión sutil. Pues bien, creemos que en los últimos años se ha producido (...) una derrota sutil: el discurso sobre el volunturiado ha canibalizado al del compromiso. Por eso en nuestra atmósfera cultural es compatible un cierto reconocimiento por el voluntariado y lo que éste aporta con una cierta aversión al compromiso y lo que éste comporta.

Nada de lo que decimos debe considerarse un juicio de valor sobre las personas que llevan a cabo tareas admirables sintiéndose voluntarias. Se trata de una consideración sobre lo que nos parece un cambio cultural significativo en relación con la manera como narramos y compartimos lo que hacemos.

El término voluntariado remite a una actitud personal, tan personal que apela profundamentalmente a la voluntad del sujeto que, a partir de sus capacidades, posibilidades y deseos, se muestra dispuesto a hacer algo por los demás de manera libre y voluntaria. Los motivos, ideas o creencias que lo impulsan pueden ser de lo más diverso, y remiten a actitudes y valores, también diversos, a los que apelar: altruismo, compasión, benevolencia, preocupación social, solidaridad... Pero todos ellos desembocan al fin en la formulación que lo condensa todo en "lo hago porque quiero", hasta el punto de que hablamos no sólo de realizar un determinado tipo de actividades, sino de ser voluntario.

Pero la idea del voluntariado también puede sugerir una cierta arbitrariedad voluble. Como si ser voluntario dependiera de lo que a uno le apetece, de unos gustos y una energía que pueden acabar tan sorprendentemente como empiezan. O como si fuera una alternativa más que considerar en algunas épocas muy específicas de la vida. Más aún, como se trata de mi soberana voluntad, se sugiere que el criterio para fijar mi vinculación no es otro que la correspondencia que percibo entre lo que hago o me ofrecen y mis propias expectativas.

No en balde se ha hablado también de la existencia de un voluntariado zapping que, en definitiva, consiste en ir libando gratificaciones altruistas volando de actividad en actividad. Es un tema recurrente la preocupación por la rotación del voluntariado, constatada la desproporción entre las tasas de captación y las de permanencia. De hecho, es sintomático que tenga una mayor visibilidad un voluntariado vinculado a sucesos o acontecimientos acotados en el tiempo, a menudo como con una fuerte repercusión mediática, en los que las acciones de voluntariado permiten degustar un cóctel muy apreciado en nuestra posmodernidad líquida: una alta intensidad emocional mezclada con una baja vinculación temporal, la participación sin implicación.

No es de extrañar, pues, que se haya postulado la existencia de un individualismo solidario, en el que la solidaridad está al servicio del desarrollo personal o de una búsqueda de autenticidad. De ahí, también, que el voluntariado tenga tanta fuerza ejemplarizante como debilidad interpeladora: si el punto de apoyo es fundamentalmente el ejercicio no retribuido de mi voluntad, lo más importante es poder elegir, y resulta secundario lo que se elige, porque la pregunta que hacerse es qué hago con mi tiempo y mis capacidades. La pregunta principal es que quiero hacer, no el contenido de lo que hago.

Vivimos unos tiempos en que parece que es tan importante tener relaciones como evitar compromisos. De hecho, la misma idea de compromiso se presenta a menudo como una trampa o un riesgo que evitar, mientras exhibe la importancia de tener relaciones. La apología del 'networking' indisociable de la resistencia ante cualquier sospecha de estabilidad de los vínculos. Con el riesgo añadido de construir un capital social frágil.

Hoy se habla mucho de aprendizaje y de desarrollo de competencias pero nos olvidamos de que también se aprende a ser incapaz, aunque ese aprendizaje no sea objeto de enseñanza. Y deberíamos preguntarnos hasta qué punto nuestra época está propiciando el aprendizaje de la incapacidad para el compromiso. Porque el compromiso supone, evidentemente, decisión personal; pero una decisión personal en la que ocupa un lugar determinante la vinculación a un nosotros compartido. El compromiso supone un itinerario que me implica personalmente, pero sin que yo tenga que ser el centro de referencia de este itinerario. El compromiso exige la seriedad de un vínculo estable en el tiempo y arraigado en un territorio, una opción por una cierta excelencia personal y identificación interiorizada con algunos ideales sociales.

En definitiva, el compromiso supone la involucración en la construcción de un proyecto, de un proyecto cuya clave no es tanto que sea mi proyecto cuanto que sea un proyecto compartido. De ahí que esto suponga la aceptación de una referencia que se sitúa más allá de mí mismo, que exige el cuidado atento y responsable de los vínculos que hacen posible el proyecto, que da sentido a mis esfuerzos y, perdón por la palabra, también al eventual sacrificio de algunas prioridades personales.

No pretendemos contraponer voluntariado y compromiso, entre otras razones porque el voluntariado puede ser una etapa hacia el compromiso. Simplemente nos preguntamos por la relación que puede darse entre el éxito cultural e institucional de la ida de voluntariado y el descrédito, al menos aparente, de la idea de compromiso. Entre otras razones porque la manera como nos narramos a nosotros acaba configurando lo que hacemos y lo que somos.



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