De
los valores finalistas a los instrumentales (de los buenos deseos al
comportamiento comprometido)
Javier Elzo. Jóvenes
y valores, la clave para la sociedad del futuro. Fundación La Caixa.
Barcelona, 2006 (primera parte: Los padres ante los valores a transmitir
en la familia)
Hemos podido constatar en diferentes estudios que un rasgo central de muchos jóvenes (no solamente en ellos, pero de los jóvenes hablamos aquí) es el de su implicación distanciada respecto de los problemas y de las causas que dicen defender. Incluso en temas en los que ellos son pioneros, como el ecologismo y el respeto por la naturaleza, por señalar un caso paradigmático, no puede decirse que, salvo en grupos muy restringidos, sea para la mayoría de los jóvenes una prioridad vital, una utopía sostenida en el día a día, en la acción libremente decidida a la hora de ocupar sus preocupaciones y su tiempo disponible. Cada día estoy más convencido de que el uso que se dé al tiempo libre y al dinero de bolsillo son dos de los mejores indicadores de los valores de las personas, de los jóvenes en este caso.Hay que señalar que en muchos de los jóvenes de hoy existe un hiato, una falla, entre los valores finalistas y los valores instrumentales: los jóvenes de hoy apuestan e invierten afectiva y racionalmente en los valores finalistas (pacifismo, tolerancia, ecología, exigencia de lealtad...), a la par que presentan, sin embargo, grandes fallas en los valores instrumentales sin los cuales todo lo anterior corre el gran riesgo de quedarse en un discurso bonito. Son los déficits que presentan en valores como son el esfuerzo, la autorresponsabilidad, el compromiso, la participación, la abnegación, la aceptación del límite, el trabajo bien hecho... La escasa articulación entre valores finalistas y valores instrumentales está poniendo al descubierto la continua contradicción -amén de la dificultad- de muchos jóvenes para mantener un discurso y una práctica con una determinada coherencia y continuidad temporal allí donde se precisa un esfuerzo cuya utilidad no sea inmediatamente percibida. Aquí también la educación en derechos sin el correlato de los deberes y responsabilidades ha hecho estragos.
La familia puede hacer algo, ciertamente, y aquí cabe hablar, con toda propiedad, de la enorme importancia de la educación en valores instrumentales. Sí, a este nivel, el papel de la familia es crucial. Más que la escuela, especialmente en los primeros años de la vida de la persona e incluso en la primera adolescencia. La adquisición de los hábitos de la disciplina, de la abnegación (no por mucho llorar se obtiene a la primera lo que se quiere), el control de los deseos, el respeto a la autoridad (ejercida con razón y ponderación), la conciencia de que hay límites para todo, la necesidad de cooperar en la marcha cotidiana de la casa (la mesa no se recoge sola, ni las camas se hacen solas) y un largo pero elemental etcétera son condición, y casi me atrevo a decir que garantía, de que una vez entrados en la adolescencia y la juventud con la necesaria independencia estén armados para decir "no" y, por ejemplo, volver a casa sin necesidad de seguir las pautas del grupo cuando, a todas luces, lo están deseando. La educación en valores instrumentales (trabajo bien hecho, disciplina, constancia...) es hoy por lo menos tan importante como la educación en valores finalistas (tolerancia, respeto al diferente...).