Derechos humanos y artes plásticas
Justo Barranco. La Vanguardia, 7/10/2023 (fragmentos)
El Prado y el MNAC dedican una muestra a la imagen del judío y el converso en la España medieval, un arte que ayudó a la violencia
Frontal del Corpus Christi (1335-45). Iglesia del monasterio de Vallbona de les Monges. Narra
la profanación por judíos de la hostia consagrada lanzándola a un caldero de agua hirviente, y también muestra a judíos ardiendo en la hoguera. Museo del PradoEl inicio de la exposición provoca, por decir lo menos, silencio. Es una cronología del trato dispensado a los judíos en España desde el concilio de Letrán de 1215, que dictó normas para la diferenciación de su vestimenta, hasta 1492, año de la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos. En medio, acusaciones de haber profanado hostias sagradas, asaltos a las juderías durante la peste negra, leyes antijudías, leyes de limpieza de sangre o el nacimiento de la Inquisición española. Pero, sobre todo, los grandes pogromos de 1391, en los que se asaltaron y destruyeron las principales juderías de los reinos de Castilla y Aragón, "comenzando por Sevilla y acabando en Barcelona, que era una de las mayores y quedó como algo residual", explica Joan Molina, jefe de pintura gótica española del Museo del Prado y comisario de la muestra 'El espejo perdido'.
Una exposición (...) se atreve a examinar el papel que ejercieron las imágenes en esta terrible cronología. El papel del arte. La mirada, casi siempre estereotípica, muchas veces feroz y repleta de noticias falsas, que transmitieron sus imágenes a una sociedad analfabeta, iletrada, sobre los judíos. Y, especialmente, sobre los miles de conversos tras los pogromos masivos. Unos conversos eternamente sospechosos.
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La obra más significativa es la que la cierra, la conclusión de todo el camino de imágenes vistas anteriormente. Un auto de fe inquisitorial presidido por Santo Domingo de Guzmán en el que cinco judíos conversos son juzgados. Dos serán quemados vivos, mientras que otros tres son vestidos con sambenitos, corozas decoradas con llamas y letreros de condenado erético. Y el autor de la pintura que impulsó a Joan Molina a idear esta muestra es Berruguete, quien, dice, está creando una obra de propaganda de la Inquisición encargada por Torquemada. Un Berruguete que, añade, incluso legó dinero al morir al monasterio de Santo Tomás en Ávila, que fue usado como tribunal de la Inquisición.
Ni las imágenes ni sus autores son inocentes. Trasladan conceptos, ansiedades. La exposición comienza con obras en las que las tradiciones de unos y otros se mezclan, se funden. Los cristianos realizan para las elites judías manuscritos ostentosos parecidos a los códices cristianos, las hagadás. Y hay cuadros cristianos que se apropian de rituales judíos como la circuncisión. Pero pronto las imágenes pasan al estereotipo y al libelo, sobre todo a finales del siglo XIII y en el XIV, cuando hay una violencia sistémica.
Los judíos con rodelas rojas identificativas, igual que llevarían estrellas de David en el régimen nazi. Los judíos representados en tallas y retablos como ciegos, con vendas en los ojos, por no ver la verdad. Los judíos en caricaturas deformantes como las que cubren los libros que registran las transacciones financieras en la Corona de Aragón sobre todo sus préstamos, dibujados con nariz y ojos desmesurados y barba descuidada. Los judíos flagelando a Cristo. Los judíos, en las imágenes de las Cantigas a Santa María de Alfonso X el Sabio, haciendo pactos con el diablo, cometiendo infanticidio o robando un icono mariano y arrojándolo a una letrina. (...) O los judíos, en fin, intentando destruir con saña hostias sagradas... justo en el momento en el que es necesario divulgar el culto a la eucaristía y un concepto tan complejo para el pueblo como la presencia real de Cristo en la hostia consagrada.
Molina subraya en ese sentido que en un mundo con muchas menos imágenes que hoy en día, cuando podemos ver centenares, miles de imágenes en la televisión, las imágenes resultan muy impactantes, muy potentes. Y, evidentemente, estos discursos retóricos y propagandísticos tienen una fuerza muy notable, más que notable. Y pueden, dice frente al cuadro de la Inquisición, contribuir a crear el clima que puede llegar a desembocar en esa situación, además de otras circunstancias y otros factores.
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Algunos cuadros, como La fuente de la gracia, del taller de Van Eyck, aún muestran que es posible la conversión de los judíos; algunos así lo creen, pero, observa Molina, todo eso se rompe a mitad del siglo XV cuando llegan los primeros estatutos de limpieza de sangre y se establece que los conversos son impuros por una cuestión de sangre, porque eso ya no es antijudaísmo sino antisemitismo, la cuestión ya no es la religión, y ahí ya llegará la Inquisición. Existía ya la papal y en 1478 se instituirá la española, que persigue a los nuevos conversos judaizantes y para la que las sospechas podían ser de lo más peregrino, muchas veces simples prácticas que remitían a la tradición y las costumbres, pero no significaban participación doctrinal.
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Auto de Fe (1490). Pedro Berruguete
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