Derechos humanos y artes plásticas
Xavier
Gassió
La Vanguardia,
Magazine, 17-11-1991
Mariano Fortuny. La odalisca, 1861. Museu Nacional d'Art de Catalunya, Barcelona.La palabra "harén" evoca para la mentalidad occidental todo un mundo de torturada fantasía, de morbosa sexualidad, de maquiavélicas situaciones en donde la más esencial femineidad se ponía a prueba para la supervivencia y el poder.
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Todo ello acrecentó el interés popular por lo oriental, especialmente por lo turco y más en concreto por el lujo ostentado por los mandatarios del Imperio Otomano. Los artistas no escaparon al influjo y, desde sus diferentes disciplinas, volcaron su imaginación hacia aquel mundo desconocido y cargado de romanticismo.
Una de las materias que suscitó mayor interés fue la de los harenes del sultán. Los viajeros que regresaban de Constantinopla, narraban con detalles, no desprovistos de cierto lirismo, la magnificencia del palacio de Topkapi, pero todos coincidían en la falta de datos sobre una de las zonas más recónditas del mismo: el harén. Este misterio, daba pábulo a multitud de historias poco veraces y especulativas. Lo cierto es que nadie pudo jamás demostrar el haber penetrado en tan custodiado lugar y toda descripción provenía más de la imaginación, que de una fiable fuente de datos. Sin embargo, el misterio unido a la evidente sensualidad que se relacionaba con el harén, lo convirtieron en uno de los tópicos preferidos por los pintores de la época, que, tal era su fuerza, alcanzó hasta finales del siglo pasado.
Delacroix, Ingres, Fragonard y Fortuny entre los más famosos y una pléyade de pintores orientalistas, entre los que cabe destacar al prolífico y exquisito J. L. Géróme, dejaron constancia con sus pinceles de la fascinación que sentían por aquellas bellas mujeres, seleccionadas y preservadas en jaulas de oro para el exclusivo placer de un solo hombre.
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La ley coránica permite tener hasta cuatro mujeres legítimas (siempre que el marido pueda mantenerlas) y un número ilimitado de concubinas ("odalik" en turco, de donde "odaliscas").
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Las habitaciones más próximas a la entrada del harén estaban ocupadas por los eunucos, celosos guardianes de forzada castidad. Al principio, eran hombres blancos castrados, pero desde que Solimán II (1520-1566) vio como un caballo castrado asediaba a una yegua, fueron sustituidos por eunucos negros. Reclutados entre los más feos y deformes, para evitar cualquier tentación por parte de una odalisca, a los desgraciados se les arrancaba todo "a flor de vientre", asegurándose así el sultán, el monopolio de sus mujeres.
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