Derechos humanos y artes plásticas
Juan Vicente
Aliaga
Orden fálico;
androcentrismo y violencia de género en las prácticas artísticas
del siglo XX
Ediciones Akal.
Madrid, 2007 (p. 31)
Olympia. Édouard Manet. 1863
La chambre bleu. Suzanne Valadon. 1923
Sí se lleva a cabo un repaso, aun superficial, del arte moderno generado en las últimas décadas del siglo xix y en las primeras del siguiente, la abundancia de desnudos femeninos salta a la vista. ¿Es esta abundancia casual? ¿Se trata de una simple constatación del auge de los géneros en el arte (pintura de paisaje, bodegón, retrato, desnudo...)? ¿O puede acaso interpretarse, como así lo manífiesta Tamar Garbl, como un síntoma de los miedos masculinos hacia las demandas de igualdad política y social de sufragistas y feministas? Un temor al que se responde desde la hegemonía masculina con una insistencia en la representación de una mujer dócil, aquietada, alejada de cualquíer tentación reivindicativa. Se trata de una mujer autosatisfecha, objetualizada, "inmersa en un entorno paradisíaco de tintes primitivistas" como sucede con la obra de Pierre-Auguste Renoir. La acumulación en el arte moderno de imágenes de mujeres recostadas es una de las claves para entender que el modernismo no constituye un lenguaje meramente formalista sino que es transmisor de códigos y valores con contenido de género. En ese sentido, destaca el desafío que lanzó la pintora francesa Suzanne Valadon con La chambre bleue, 1923. En esta pintura, realizada en un contexto masculinista y con un enfoque poco habitual en esos años, la artista se retrata cual ninfa tumbada en un diván, con pantalones y fumando, sin ninguno de los atributos tipificados como femeninos. Estamos ante una suerte de réplica a la Olympíá de Manet y a las cortesanas orientalizantes de Matisse. Todo un síntoma de rebeldía.