Los derechos humanos a través de la pintura

La Guerra Civil Española

El realismo bélico en la Guerra Civil española

Inés Escudero. La necesidad de representar lo verdadero. El realismo bélico en la Guerra Civil española (fragmentos)
Simposio 'Reflexiones sobre el gusto'. Universidad de Zaragoza, 2010
ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/32/68/26escudero.pdf (2024)

En tiempos de guerra la necesidad de sobrevivir es más fuerte y apremiante que ninguna otra. Las artes plásticas creadas durante estos trágicos períodos también reflejan esta necesidad. Durante la Guerra Civil española el grueso de la producción artística se centró en representar las consecuencias que la dramática situación de conflicto causaba sobre las personas, retratando, por un lado, a la población civil, y, por otro, a los combatientes.

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Tras la crisis en el gobierno republicano provocada por el triunfo de las derechas en las elecciones de 1933, el realismo crítico surgió en el panorama artístico español y acabó consolidándose como una tendencia protagonista de la época conocida como Bienio Negro. El realismo bélico nacido con el estallido de la Guerra Civil fue heredero directo de ese realismo crítico que empleó un lenguaje realista y comprometido y que se presentó como el más adecuado para hacer frente a los tiempos de guerra y dar forma a una nueva expresión artística.

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La urgencia de representar lo que estaba acaeciendo en España, aunque fuese horrible y desgarrador –o precisamente por ello– primaba por encima de todo. Pero no bastaba con contar la verdad de lo sucedido, era imprescindible asegurarse de que el mensaje se difundiera por todos los sectores de la población -porque toda la ayuda era poca-, así como por los países vecinos, que también se veían amenazados en esos momentos por el fascismo.

Por parte del gobierno republicano se llevó a cabo un gran trabajo de agitación que puso en marcha a través de varios mecanismos, entre los que se encontraba el empleo de las artes plásticas como herramienta propagandística.

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No solo el gobierno realizó esta labor propagandística, también otras agrupaciones contribuyeron a la gran movilización. Organismos como los sindicatos políticos o las asociaciones de intelectuales entre las que citaremos el Altavoz del Frente, la Alianza de Intelectuales Antifascistas o Cultura Popular, se volcaron en la lucha contra el fascismo y participaron en todo tipo de actos en los que estaban involucrados carteles diseñados por artistas, dibujos que se publicarían en revistas de contenido político y de actualidad, esculturas monumentales en honor a las víctimas y a los héroes de la guerra…, todo ello con el objeto de alentar a los combatientes y a los ciudadanos en una lucha sin tregua.

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En ocasiones la libertad creadora de los artífices quedaba evidentemente supeditada a esta faceta propagandística y comprometida, en la que también ejerció una importante influencia el peso del realismo soviético que venía difundiéndose por doquier en todo tipo de publicaciones y carteles.

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El realismo bélico no responde a un estilo artístico concreto sino que tuvo diversas formas de representar lo verdadero, nutriéndose de una hibridez estilística que, sin duda, le convierte en una tendencia destacada dentro de la historia del arte contemporáneo español, enriqueciéndola y llenándola de matices. La razón de la amplia variedad de lenguajes que conviven en el realismo bélico bajo su constante sentido crítico debemos buscarla en los artistas que dieron vida a las obras. Gran parte de los que trabajaron durante los años de la contienda bélica habían participado activamente en la renovación formal de las artes plásticas, manifestando abiertamente su deseo de que se produjese el necesario cambio que demandaban las caducas estructuras artísticas de nuestro país, en la década de los años veinte.

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Entre ellos es preciso nombrar a Horacio Ferrer, quien con su obra Madrid, 1937, más conocida como Los aviones negros, cautivó al público que acudía al pabellón español en la capital francesa.

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El expresionismo tuvo una clara presencia en varios de los lienzos pintados entonces, y contribuyó a dramatizar las imágenes a base de rasgos exagerados como los de los rostros de las figuras en Bomba en Tetuán, del aragonés Santiago Pelegrín. El artista se apartó de sus habituales composiciones robustas y perfectamente definidas que encajaban a la perfección en los realismos de nuevo cuño y las "ensució" para expresar la desazón de la guerra.

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Totalmente expresionista es la composición El bombardeo, de Enrique Climent, o Fugitivos, de Manuel Ángeles Ortiz. En ambas destaca el protagonismo de los contornos negros de aspecto casi xilográfico que recuerdan al primer expresionismo alemán de Die Brücke.

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Si hablamos de pintura del realismo bélico es obligado referirnos a Picasso y Miró. Aunque estos artistas jugaban en otra liga por muy diversos motivos (residían fuera de España, vivieron la vanguardia desde su nacimiento y fueron pioneros del cubismo y el surrealismo, respectivamente) también fueron artífices de obras creadas durante la guerra con el objetivo de protestar contra la injusta situación que atravesaban los españoles. Sobran las justificaciones, pero Guernica, Sueño y mentira de Franco de Picasso, así como el desaparecido mural Payés catalán en rebeldía [El segador] o Aidez l'Espagne de Miró, son grandes hitos del realismo bélico.

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Dada la urgencia que demandaba la guerra, el dibujo resultaba muy adecuado puesto que podía ser fácilmente reproducido en todo tipo formatos. Así, los dibujos -y grabados- invadieron soportes de lo más variados, desde los tradicionalmente publicitarios, como los carteles, hasta los habitualmente empleados con fines políticos, como folletos, pasquines, banderines o aucas, sin olvidar los que desde la década de los veinte habían acogido las novedades de las artes plásticas propiamente dichas, como la prensa y las publicaciones especializadas.

El surrealismo fue un gran protagonista en este ámbito, y su mejor representante el cordobés Antonio Rodríguez Luna. También en las pinturas realizadas entonces por este artista hallamos rasgos surrealistas (Bombardeo en Colmenar Viejo y Negro mensaje), pero no alcanzan la calidad surrealista de sus dibujos.

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También surrealistas son las litografías de Francisco Mateos. Sus álbumes ¡Salamanca! y El sitio de Madrid están colmados de líneas retorcidas, seres repugnantes, símbolos, alusiones y metáforas que se amontonan -literalmente- en el papel, produciendo una sensación de abigarramiento y estrés muy acen- tuada y acertada dado el marco histórico. Una sensación similar producen los dibujos de Francisca 'Pitti' Bartolozzi en Pesadillas infantiles, cuyas líneas se acercan al estilo de Mateos.

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Como hemos podido comprobar, las novedades vanguardistas de que se sirvió el realismo bélico se concentraron fundamentalmente en la pintura, los dibujos y los grabados. Los carteles, en cuyo estudio no nos hemos detenido por haber sido ya realizado por otros, recogieron las novedades de grandes artífices como Josep Renau, cuyo compromiso, dominio técnico y creatividad dieron vida a magníficas e insuperables obras. Sin embargo, fue la escultura creada durante la guerra la peor parada de la producción del realismo bélico. Pocas veces se consiguieron crear ejemplos singulares donde el compromiso y la modernidad se aunasen para dar forma a piezas como El pueblo tiene un camino que conduce a una estrella, de Alberto.

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El realismo bélico se concentró en retratar a los testigos de lo que estaba sucediendo en España durante la Guerra Civil, con el principal objetivo de denunciar la injusticia a la que estaban siendo sometidos. Podemos discernir claramente tres tipos de protagonistas dentro del realismo bélico: las víctimas de la guerra, los combatientes y el enemigo fascista.

Las imágenes dedicadas al primer grupo son las más abundantes de la producción del realismo combativo y la mayoría se agrupan en torno a la pintura. Aquí se siente la fuerte influencia del realismo social más que en ningún otro grupo. La herencia de la preocupación por la sociedad desfavorecida, rescatada de los años previos al conflicto en los que Alfonso Rodríguez Castelao se alzaba como el artista realista por excelencia (acompañado por algunos de sus paisanos, como Carlos Maside y Arturo Souto, o los vascos Aurelio Arteta y Julián de Tellaeche, por citar algunos), caló hondo en tiempos de guerra, como no podía ser de otra manera. El carácter testimonial del realismo social fue absorbido por su sucesor bélico, que se afanó en captar instantes de alto contenido dramático.

Las víctimas fueron casi siempre encarnadas por mujeres y niños, los eternos afectados de los conflictos armados en general y también de nuestra Guerra Civil. En su mayoría eran representados en escenas de refugiados, evacuaciones y bombardeos, siendo estas últimas las más prolíficas.

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Espanto (Bombardeo en Almería) de Ramón Gaya es una pintura protagonizada por mujeres agonizantes y desesperadas, y se centra, igual que la obra de Ferrer, en el momento crucial del lanzamiento de las bombas, así como también lo hace Bombardeo de Colmenar Viejo de Rodríguez Luna. Sin embargo, Bomba en Tetuán de Santiago Pelegrín opta por representar el momento des- pués del ataque, en el que los cuerpos de las mujeres, los niños y también el de un anciano, yacen en el suelo y bajo los escombros, algunos gravemente heridos, otros ya sin vida. De nuevo aquí vemos el pecho de una mujer al descubierto.

Bombardeo de Climent y Barrio bombardeado de Eduardo Vicente son dos ejemplos de bombardeo visto desde un punto de vista nuevo: no se retrata a ninguna víctima, son las ruinas y los escombros los que testimonian con su silencio el horror presenciado, convirtiéndose también ellos en víctimas de guerra. Aunque es la pintura la que más bombardeos sobre mujeres y niños retrata, el dibujo también se sumó a esta temática. Especialmente interesante es la obra de Miguel Prieto Mujeres huyendo por las calles de una ciudad bombardeada, donde la figura principal corre ausente sujetando en sus palmas dos pequeñas manos amputadas.

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De las escenas de refugiados y evacuaciones emana una profunda pesadumbre potenciada por los encuadres excesivamente cerrados. Son momentos de resignación en los que los protagonistas, siempre mujeres y niños, desfilan desprotegidos ante los ataques inminentes. En este grupo encajaría Éxodo de Ferrer, ya comentada antes; Huida, uno de los sobrecogedores murales de Luis Quintanilla y también algunas esculturas como Sin hogar, un altorrelieve en piedra de J. Terencio que también se preocupó por lo social y Refugiados, de Jeroni Homs Guixá.

En ocasiones se quiso dotar a estas escenas de una cierta monumentalidad para ennoblecerlas, como en el caso de Evacuación y defensa del norte de Pelegrín, o del lienzo Evacuación de Helios Gómez. Este tipo de recursos no hizo sino proporcionar a estas obras un artificioso hieratismo en lugar de conferirles la solemnidad que perseguían. Mejor resultado obtuvo Servando del Pilar en Evacuación, donde la imagen de una mujer cargando con sus hijos resulta mucho más natural. O Fugitivos de Ángeles Ortiz, en la que una mujer de rostro desencajado protege a su bebé.

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A todas estas imágenes de mujeres y niños, sufrientes de bombardeos y evacuaciones, hemos de sumar las numerosas composiciones del realismo bélico dedicadas a la muerte, en las que se muestran las consecuencias del impacto de los obuses o de la barbarie desatada sobre los civiles. Por citar solo un par, recordemos Destrucción, otro mural de Quintanilla o el Dibujo de la Guerra 4, de Souto, donde el cadáver de una mujer cuelga suspendido en el aire mientras yace un caballo muerto a sus pies.

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Además de estas representaciones de los combatientes, la imagen más extendida y destacada durante la Guerra Civil es la que les confiere la categoría de auténticos héroes de guerra. Las anteriores y esta no son incompatibles, ya que por lo general se trató de ensalzar la figura del miliciano y el soldado, rindiéndoles homenaje.

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Por último, el tercer grupo de protagonistas retratados en las imágenes del realismo bélico lo constituyen el enemigo fascista y sus aliados tradicionales, entre los que tiene especial relevancia la Iglesia. El dibujo es la disciplina que mejor supo retratarles, a menudo recurriendo a rasgos surrealistas y expresionistas para acentuar ciertas cualidades negativas, como ya comentábamos con anterioridad.

El enemigo fue representado en muchas ocasiones como un ser no solo despreciable sino repugnante en su aspecto: de rasgos deformes e imposibles, de piel podrida y descompuesta. Así son los dirigentes creados por Francisco Mateos en El sitio de Madrid y los Emisarios del pasado de Rodríguez Luna. Monstruos fantásticos y bestiales como los creados por Ramón Puyol en sus litografías o los de 'Pitti' Bartolozzi. También en este grupo podemos incluir otro tipo de enemigo, el camuflado o el que con su negatividad afectaba al ánimo de los republicanos. Así, el quintacolumnista y los pesimistas de la retaguardia también fueron atacados a través de las imágenes.

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