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"La persona responde a los estimulos con ansiedad –explica la psicóloga clínica Isabel Larraburu, consultada por LaVanguardia para comentar el informe de Iowa–, y en este sentido el estudio diferencia entre los tres sistemas de respuesta ansiosa: la primera es la emocional (sentimientos de hostilidad), la segunda es la cognitiva (pensamientos agresivos más elaborados) y en tercer lugar, la respuesta conductual, que serían los comportamientos agresivos". Los resultados demuestran que la hostilidad es una respuesta emocional común a los juegos que incorporan violencia, ya sea premiada o castigada. Sin embargo, si el juego violento es castigado, no se da un aumento del pensamiento agresivo ni de la conducta agresiva, como tampoco sucede con los juegos que no presentan violencia.
Pero ¿acaso no interactúan estos sistemas de respuesta? "Sí; si tenemos ideas violentas, podemos sentir emociones de rabia y hostilidad y podría ser más probable actuar violentamente, pero no actuamos de esa forma siempre que sentimos hostilidad o pensamos cosas violentas. Podemos controlar nuestra conducta gracias a la racionalidad y a las zonas cerebrales de control de la conducta (lóbulos frontales). De modo que no con sentirse hostil puede uno actuar violentamente", aclara.
Así pues, el juego que premia la violencia provoca un aumento de las conductas agresivas porque hace más presentes y disponibles los pensamientos agresivos en el jugador, es decir: ideas e imágenes, que no emociones. "Además –considera Larraburu–, el jugador del vídeo que premia la violencia realiza muchos más actos violentos que en los que se la castiga, de modo que se está acostumbrando a ellos. El premio impulsa la conducta, y las conductas premiadas tienden a repetirse".
Bajo estas circunstancias, los jugadores pueden estar predispuestos a pasar del estadio de la emoción al de la conducta con menos freno. "La cuestión es cómo manejar ese sentimiento: al estar premiada la violencia, se hallan más a su disposición ideas sobre la agresividad y se dispara la conducta". El escenario es un poco más preocupante cuando se trata de adolescentes, sobre todo si se puede afirmar que prácticamente son todos los que están y están todos los que son. Los controles de educación más los neurológicos hacen posible que no se desborde nuestra conducta, pero en la adolescencia, la norma no está aún del todo clara. Y aún más: el adolescente tiene siempre más tendencia a la rabia que el adulto, con lo cual llueve sobre mojado. "Existen depresiones tristes y depresiones agresivas: la primera se dirige contra uno mismo, y la segunda, hacia el exterior (bajo la idea de que la gente es mala, me hace daño, he de defenderme), pero el dolor es igual. La irritabilidad y la agresividad es una manera de manifestar las depresiones. Y eso en los adolescentes es más habitual", concluye la psicóloga.