Videojuegos y valores | > Índice de textos sobre videojuegos |
El cristal con que se mira es determinante para divinizar o satanizar el Arte, con A mayúscula, y otras formas de entretenimiento menores, como los videojuegos. Estos han recibido muchas críticas, algunas tan desproporcionadas que ponen en duda su propia validez, insinuando rencores que se acercan al terreno de una ignorancia propia del Medievo.
El argumento de estos cruzados de la decencia audiovisual es el de la violencia que acompaña a todo videojuego. Sin embargo la violencia no es el invento de un programador llamado Bill Gates, ni su casa se llama Playstation. La violencia ha sido uno de los recursos tradicionales de todas las manifestaciones del arte, especialmente en el cine, donde nadie se asusta por ver a Tom Hawks corriendo por las playas de Normandía, con el entusiasmo de quien hace méritos para el Oscar, pisoteando menudillos y auténticos ríos de sangre. Nadie se escandaliza tampoco si ve al bueno de Ralph Fiennes disparando su escopeta sobre un judío indefenso en la Lista de Schindler, ni ve en ello una apología del nazismo. Sin embargo, esa misma violencia organizaría un escándalo de proporciones mitológicas si el formato elegido fuese el de un videojuego.
Pero estos escándalos no son de nuevo cuño. Cuando el cine era una novedad, y los señores de aquel entonces no tenían muy claro si Bela Lugosi era un actor o un auténtico demonio chupasangre, también se escribían fervientes críticas contra lo que sería llamado luego Séptimo Arte, considerándolo un corruptor de la moral, una invitación abierta al libertinaje.
Podríamos remontar la línea del tiempo, hasta la época en que las hordas de campesinos quemaban a sus brujas en multitudinarias hogueras. El impulso es el mismo, el miedo patológico de la sociedad ante lo desconocido. Los videojuegos y los juegos de rol, son los nuevos ídolos que han venido a suplantar a nuestros dioses, una herejía contra la que no cabe otro respuesta con el fuego purificador. Los hemos convertido en el símbolo del salto generacional, en el chivo expiatorio al que recurrimos para justificar el comportamiento de nuestros hijos.
Lo cierto, es que el carácter transgresor de los videojuegos tiene la misma categoría y alcance que un disco de los Rolling Stones o el último estreno de John Woo. Obvia decir que ningún joven va a dedicarse a emular a Jackie Chan con una pistola automática en cada mano, porque hacerlo supondría infravalorar la inteligencia de nuestros adolescentes, además de exponernos al ridículo. Un rídiculo que no embaraza en absoluto a todos aquellos que siguen señalando al demonio con un fervor inquisitorial desde los púlpitos de los medios de comunicación, cada vez que se menciona la palabra videojuego.