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Gerald Jones no es
ingenuo y sabe que la violencia imaginaria puede suponer ciertos peligros.
Reconoce que existe la posibilidad de que la violencia televisiva, también
fílmica, de los videojuegos, desemboque en violencia real. Pero
en ese caso el problema no es de los media, el problema existe a priori.
La violencia ya está implícita en el entorno social y familiar
del niño o adolescente. La violencia real ya la vive el niño
en su vida en una familia descohesionada, desestructurada, que ejerce violencia
tangible, malos tratos, ausencia de patrones y que refuerza las actitudes
agresivas que le llenan de ira, confusión y agresividad no canalizada
en el paso por la adolescencia.
Si los padres, los
educadores, la misma sociedad, logran que el hijo, el alumno, sin temores,
sin tensión, alcance a usar productivamente de esa violencia imaginaria,
el problema queda muy mitigado. La tarea parental será ayudarles
a deslindar ficción y realidad de un modo sereno, la clave será
que los padres sean ejemplo de una recepción inteligente de la violencia
de los media. Es más: el autor otorga a los padres una capacidad
de actuar como modelos de altísimo rendimiento educativo. Los padres
han de lograr que los hijos disfruten de la violencia imaginaria y alivien
la presión que padecen, simulen, fantaseen y, al mismo tiempo, ensayen
lúdicamente el modo de enfrentarse con rotundidad, armados de confianza,
a los problemas que la vida les plantea.
Jones traslada con
brillantez al mundo de los modernos relatos de la industria del ocio infantil
y juvenil el trabajo que Bruno Bettelheim había realizado sobre
los cuentos de hadas desde el psicoanálisis hace ya décadas.