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Luisa Vera personajes nos encontrábamos que los periódicos nos presentaban su foto dentro de un naipe dando lugar al histriónico titular de "Han atrapado al 2 de picas".
El juego, como todo buen recurso, nos sirve para lo mejor y lo peor. Platón ya propuso usar el juego para conseguir que los niños aprendan las normas de convivencia y se transmitan los valores de la cultura. Desde entonces diferentes intelectuales han investigado sobre el tema desarrollando propuestas que unen juego y pedagogía. Pero los valores de cada sociedad son intrínsecos a estas, y por ello lo que unas proponen como válido (cazar a humanos en el ejemplo anterior) otras los encuentran detestable.
Juden Raus (la traducción sería algo así como judíos fuera) empezó a comercializarse en Alemanía desde 1932. El tablero simula una ciudad y los jugadores debían moverse por ella para ir a casa de los judíos, entregarles un gorro para distinguirlos del resto y, cuando se habían conseguido seis, expulsarlos de la ciudad. Leo en uno de los foros donde se habla del juego que alguien dice que no es un juego, sino propaganda. No sé si me atrevo a decir que los niños que lo tuvieron de pequeños no lo vivieron como juego, creo que sí.
La historia de los juegos perversos no acaba aquí. Guettopoly fue una recreación pésima del monopoly (hay una tendencia habitual a modificar, y empeorar, juegos clásicos como el monopoly, la oca o el parchís) donde los jugadores debían robar para acumular el máximo de dinero posible. Y Revava es un juego israelí que recibe el nombre de un asentamiento judío en Cisjordania donde se trata de reclutar el máximo de personajes para poblarlo.
La línea que
separa un juego loable de otro que entraría en la categoría
de perverso es muy fina y sólo se puede decidir en función
de los valores de los jugadores. Los juegos de guerra (¡pasé
tantas horas de mi infancia ante La Segunda Guerra Mundial, editado por
Nac!), los que transmiten valores morales, religiosos o políticos
(aún se puede encontrar la reproducción del parchís
de la defensa de Madrid, donde los colores representan sindicatos y partidos)
se hallan en la frontera entre el juego y la propaganda. La decisión
de si son perversos o no depende de los jugadores o los adultos que los
acompañan si son niños. Sólo es un problema de criterio.