Maltratador.
Carlos Zanón. La Vanguardia, 09/05/2017
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El otro día me encontré con alguien y, avergonzado, bajé la cabeza. Ese alguien me reconoció, me sonrió, pareció alegrarse de verme y conduce un autobús al que el azar me hizo subir. El otro día recordé que yo permití un maltrato continuado, y no lo puse en entredicho, lo di como correcto, ni tan siquiera pude decir que miré a otro lado. Muy al contrario, miré de frente ese maltrato y no vi sino tradición. No me importó nada lo injusto, lo discriminatorio de una situación nacida y sustentada en el porque sí, mejor él que tú, algo habrá hecho, es así. Una vez compartí algo con esa persona. Él lo recordaba. Un detalle involuntario. Una verbena de San Juan, de críos, me lo encontré y compartí con él algunos petardos que yo llevaba conmigo. Eso me redimió a sus ojos. Es un tipo entusiasta y vital, y me arriesgaría a pensar que nos perdonó a todos. También a los que le pegaban. A los que le negaban y no le dejaban ni ser uno más. Sin motivo alguno aunque no existan motivos para algo así. Y ahora conduce un autobús y te mira de frente, a los ojos. Y yo me subo a su autobús y los bajo.
Nunca le pegué, pero lo permití. Nunca dije o hice nada para aislarle, pero consentí su aislamiento. Nunca salí en su defensa. Nunca puse en solfa esa situación. Lo que hace pensar en las veces que aún ahora debemos seguir haciéndolo como individuos y sociedades. Las situaciones de desamparo, discriminación y crueldad que perpetramos, permitimos o avalamos sin preguntarse nada, con la solvencia del matarife. A él, al conductor de autobús que mira a los ojos, que conoce mi nombre y apellido y se alegra de verme, unos chavales mayores le pegaban. No iba a mi curso, pero al ser un colegio pequeño, rural, todos íbamos casi a la misma clase. Peor que las agresiones -siempre leves, humillantes- es que no se le dejara jugar. Hacíamos partidos de fútbol en la parte trasera del colegio, en el sitio donde los comerciantes aparcaban los coches. Simulábamos las porterías, los córneres, los penaltis y también que él no existía. El conductor de autobús se colocaba en lo alto de la rampa porque su única manera de tocar el balón era la posibilidad de que, en un pase elevado, alguien enviara la bola a la calle, por encima de las vallas. Entonces él salía corriendo y de un patadón devolvía la pelota al terreno de juego. Ese era el papel que le permitíamos. El único. Los que no le dejaban jugar y los que no hacíamos nada.
Y sí, un día compartí algo con él, pero seguro que lo hice después de comprobar que nadie me estaba mirando. Seguro que días después, en el colegio, cuando me vino a hablar, le negué, le ignoré. Seguro que cuando me tocaba elegir gente para mi equipo ni pensé en elegirle. No recuerdo ni que él se postulara para ser elegido. Si había partido, se subía a la rampa y soñaba con pelotas que fueran a la calzada. Por allí debió de pasar un día un autobús.
1. Haz un resumen del texto
2. El autor del texto, Carlos Zanón, es un conocido escritor especializado en novela negra: ¿consideras positivo que un personaje público como él reviva este recuerdo de su infancia y haga la reflexión que hace?
3. Carlos Zanón nació en 1966. ¿La marginación, el acoso y el maltrato en la escuela han existido siempre?
4. Indica las tres principales medidas que se deberían tener en cuenta para erradicar el acoso escolar. Si no te parecen suficientes tres, añade las que consideres oportunas.
5. ¿Crees que el acoso escolar se puede erradicar, o sólo es posible aspirar a minimizarlo?