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Aunque cabía esperar que la experiencia argelina sirviera de lección, al final no fue así. Influidas por los franceses, las tropas y las fuerzas especiales estadounidenses emplearon la tortura en Vietnam. Las tropas y las fuerzas de seguridad israelíes la han utilizado durante años contra los palestinos. De un modo rutinario, casi indiferente, se valen de ella en los sistemas penitenciarios de África, Asia y Latinoamérica. En Europa, es una práctica más común de lo que la mayoría de la gente estaría dispuesta a admitir. En Grecia, durante el régimen de los coroneles, tuvo lugar un episodio macabro: los hombres que se encargaban de torturar a los prisioneros se declararon en huelga para quejarse de los bajos sueldos que cobraban y las largas jornadas laborales que tenían. Los estudios sobre la tortura plantean dos preguntas que van más allá de las imágenes horripilantes que han aparecido en la prensa durante los últimos días: ¿Sirve de algo? y ¿por qué lo hacen los gobiernos?
Si el objetivo de la tortura es obtener información, la respuesta a la primera pregunta es "a veces". En Argelia, los franceses averiguaron que podían lograr "hacer cantar" a un prisionero y descubrir dónde se escondían sus colegas o qué operación estaban tramando. A menudo, por supuesto, el torturado decía lo que creía que sus torturadores querían oír, lo que fuera con tal de que pararan. En cualquier caso, sabía que era probable que lo mataran después de ser "interrogado". Pero los franceses tenían formas de comprobar lo que el prisionero les decía y, como lo mantenían con vida, su sufrimiento aumentaba si les mentía.
Aunque la tortura no les proporcionara la ansiada información, seguía siendo una opción atractiva. ¿Por qué? Creo que hay dos respuestas: en primer lugar, porque los encargados de seguridad creen que puede dar buenos resultados y porque no tienen muchas opciones más. Sin embargo, creo que es mucho más importante el segundo motivo. Algunas circunstancias prácticamente exigen brutalidad.
Tras un siglo de esmerados estudios médicos y psiquiátricos sabemos que la yuxtaposición de debilidad absoluta y poder absoluto genera violencia. Los prisioneros iraquíes atados, encapuchados, desnudos y tirados en el suelo de la cárcel de Abu Ghraib "invitaban" al ataque. Esta afirmación es tan sorprendente que muy pocos de nosotros desearíamos haberla oído. Para tratar de explicar sus implicaciones, algunos científicos, como el premio Nobel Konrad Lorenz, nos comparan con animales: aquellos animales que poseen "sistemas de armas", como el león con sus garras y colmillos, tienen que mostrar cierto comedimiento, ya que de lo contrario pondrían en peligro la supervivencia de su especie. El vencedor de una pelea entre leones profiere rugidos feroces, pero normalmente se refrena antes de matar a su adversario. Sin embargo, aquellas criaturas, como la paloma, el símbolo de la paz, que no poseen armas letales no han evolucionado y no se muestran comedidas. Lorenz observó a una paloma que torturó a otra hasta matarla.
Según afirman muchos estudiosos de la violencia, nuestra evolución nos ha convertido en seres más parecidos a las palomas que a los leones. Todos nuestros "sistemas de armas" son externos; nuestros ancestros no los incorporaron a nuestro comportamiento. Así que, tal como vemos en las imágenes de los prisioneros iraquíes encogidos de miedo en el suelo, atados, encapuchados e indefensos, los guardas erguidos, armados y dominantes no muestran compasión alguna; al contrario, se sienten estimulados a atacar.
Las diferencias culturales no parecen influir en la disposición de la gente a torturar a otros. Existen pruebas de la existencia de la tortura en casi todos los lugares, entre pueblos de todas las religiones y experiencias históricas. Sin embargo, sí parece tener una dimensión cultural o racial: los hombres tienden a usarla contra gente de un color o cultura distinta a la suya. En Vietnam, los soldados estadounidenses ridiculizaban a los "gooks" (amarillos) y en Iraq a los "ragheads" (literalmente, cabeza de andrajos); los alemanes despreciaban a los "untermenschen"; los israelíes tratan a los palestinos como subhumanos, etcétera.
¿Se puede encontrar un modo de prevenir estos horrores? Sí, creo que sí. Hay que tener en cuenta dos aspectos: el primero, exigir "transparencia", sea cual sea el sistema penitenciario que elijamos. Esto significa que no podemos cerrar los ojos ni hacer oídos sordos ante los malos tratos, tal como naturalmente preferimos hacer. En segundo lugar, tampoco podemos aceptar ninguna excusa que justifique la tortura. Aquellos que la practican y aquellos que la autorizan deben saber que serán considerados responsables por haber cometido un crimen contra la humanidad.
A pesar de todo, es mucho más importante que nos esforcemos para hallar soluciones a las situaciones que dan pie a la tortura. El primer paso, y el más obvio, es permitir la autodeterminación. Por ejemplo: cuando los británicos concedieron la independencia a los irlandeses, cesaron las torturas porque dejaron de ser "necesarias". La tortura sólo se abandona cuando ya no es "necesaria".
Por muchas medidas que tomemos, acabar con la tortura no es una tarea fácil y llevará tiempo. Pero al evaluar estas difíciles decisiones políticas debemos tener en cuenta que algunas personas desearán seguir empleando esta práctica para evitar atentados o para desarticular células terroristas, y que esto no sólo hace sufrir a las víctimas, sino que insensibiliza a los torturadores. Ésa es la verdadera lección de la experiencia francesa en Argelia. Esto es lo que las fotografías de Iraq nos muestran de un modo tan gráfico. Literalmente, no podemos "permitirnos" la tortura.
WILLIAM R. POLK, director de la Fundación W. P. Carey. Estuvo a cargo de la planificación de la política de EE.UU. para la mayor parte del mundo islámico durante la presidencia de J. F. Kennedy. © William R. Polk. Traducción: Robert Falcó Miramontes