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Y no sólo los personajes de Chejov. ¿Qué hombre ruso, incluidos los miembros del Partido Obrero socialdemócrata, sería capaz de admitir que se calumniara así el radiante futuro? Lo que aún encajaba con Alexei Mijailocich; lo que con Pedro I parecía ya una salvajada; lo que con Byron podía ser aplicado a diez o veinte personas; lo que era inconcebible con Catalina II, en pleno auge del siglo XX, en una sociedad concebida sobre principios socialistas, en los años en que ya volaban los aviones, apareció el cine sonoro y la radio, lo cometía no un criminal, y no en un lugar oculto, sino decenas de miles de hombres-fieras especialmente entrenados para ello, en millones de víctimas indefensas.
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Del año 1938 sería más exacto decir así: hasta ese año, para torturar eran precisos ciertos requisitos, un permiso para cada sumario (aunque se obtuviera fácilmente); en 1937-1938, a causa de la situación excepcional (los millones que según el programa deberían ingresar en el Archipiélago tenían que someterse a un sumario individual en breves plazos, fijados de antemano, cosa que no se dio en las riadas masivas "de los kulaks" y "de las nacionalidades"), la violencia y los tormentos fueron permitidos, sin limitaciones, a los jueces de instrucción, según su propio criterio, de acuerdo con las exigencias de su trabajo y la fecha establecida. Pero no se especificaba el tipo de tortura, y estaba permitido introducir innovaciones de cualquier especie.
En 1939, este permiso amplio y general fue retirado, y otra vez se requirió una autorización oficial para torturar, y probablemente no se lograba con tanta facilidad (las simples amenazas, el chantaje, el engaño, el desgaste por insomnio y el calabozo no estuvieron nunca prohibidos). Pero ya desde el final de la guerra(1), y en los años posteriores a ella, fueron fijadas categorías de presos a los cuales estaba permitido aplicar una amplia gama de torturas. Estas categorías abarcaban a los nacionalistas, sobre todo a los ucranianos y lituanos, y muy especialmente, si había, o se suponía, la existencia de una cadena clandestina que querían extraer por completo, sacar de los ya detenidos, todos los nombres.