Tortura | > Índice de textos sobre la tortura |
¿Por qué, cómo es posible que un país tan poderoso como Estados Unidos produzca oficiales y soldados que torturan a prisioneros innecesariamente? ¿Cómo puede ser que semejantes criminales sólo sean castigados muy raras veces por sus crímenes? ¿Son culpables de actos individuales o lo que hacen forma parte de una enfermedad social más extendida? Si eso es lo que representa a Estados Unidos, ¿qué ha sucedido con "el hogar de los valientes y la tierra de los libres"?
Acabar con tales prácticas es, por supuesto, digno de celebrarse. Y por ello ese esfuerzo es defendido y respaldado por los dirigentes de las democracias. Sin embargo, dada la separación entre lo defendido y lo engendrado por sus políticas, es poco lo que tenemos que celebrar últimamente. En realidad, el uso de la tortura como instrumento político está infectando el funcionamiento de las democracias, que tanto se precian de oponerse a ella.
La tortura es la compañera del fracaso. Y, como tal, su práctica apenas tiene que ver con ser fuerte o débil, rico o pobre, avanzado o atrasado. Tiene que ver con el fracaso de ser lo bastante fuerte, rico y avanzado para satisfacer lo que los ciudadanos entienden por esas palabras. Una persona rica pero insegura de sus finanzas es un fracaso financiero.
Tortura es humillar, intimidar, sojuzgar, ocultar, asustar y saciar la morbosa sed del sádico. Cuando el Estado nación recurre a ella, la culpa es del sistema o de la política del país.
Las acusaciones aparecidas durante las últimas dos semanas de que tanto Estados Unidos como Gran Bretaña han utilizado la tortura –unas acusaciones documentadas con imágenes y testimonios personales– no suponen para esos países el primer caso de recurso a esas horribles prácticas contra los árabes. Todos los episodios fotografiados o de los que se tienen noticia muestran a torturador y torturado en una relación de amo y esclavo.
Lo que hemos visto estos días nos recuerda a Hitler, Stalin y, de forma más inmediata, a Saddam Hussein. Si la frontera entre Estados Unidos y Saddam Hussein se ha difuminado tanto, quizá quepa defender que sean los iraquíes quienes se torturen entre ellos.
Estados Unidos y Gran Bretaña han recurrido históricamente al uso de la tortura en el mundo árabe. Gran Bretaña torturó y miró hacia otro lado cuando sus sustitutos recurrieron a esa práctica. Estados Unidos practicó la tortura indirectamente a través de personajes como el rey Faisal de Arabia Saudí y Hussein de Jordania. Estados Unidos no estuvo directamente implicado en la brutalidad de Faisal, quien hizo lanzar a algunos oficiales de la fuerza aérea desde un avión sin paracaídas en castigo por conspirar contra su gobierno. Los burdos métodos empleados por el sistema de seguridad de Hussein no constituyen ningún atenuante. La historia de Gran Bretaña empezó antes: el ejército y las fuerzas de seguridad británicas torturaron durante las décadas de 1920 y 1930 en Iraq y Palestina, dos países que siguen sufriendo esa práctica.
De forma muy parecida a Saddam Hussein pero mucho antes que él, los británicos utilizaron la tortura y las armas químicas para someter al pueblo iraquí. La causa de que recurrieran a esos métodos fue la rebelión contra la ocupación británica del país, algo muy parecido a lo que ocurre hoy, salvo que fue iniciada por chiitas y no por suníes. Y, como hoy, los iraquíes se unieron contra los extranjeros.
Al menos 10.000 iraquíes murieron en 1921 y 1922. Familias enteras fueron asesinadas, se arrasaron pueblos y se incendiaron las chozas de junco de las marismas. Abundaron los casos de tortura azotando o golpeando a personas de forma gratuita.
Como la tortura no logró mejorar la posición de los británicos en Iraq –en realidad, pocas veces lo hace en ninguna parte–, el secretario colonial Winston Churchill ordenó utilizar armas químicas. Las escasas voces de protesta que se alzaron encontraron durante el debate parlamentario la firme oposición de un Churchill estridente e imperial: "No veo ninguna razón por la que los miembros de esta Cámara deban mostrarse aprensivos ante el uso de esas armas contra unos salvajes".
El que Churchill llamara "salvajes" a los habitantes de una de las civilizaciones más antiguas del mundo arroja luz sobre otro aspecto de la tortura: su uso por parte de oficiales y soldados sádicos tiene un trasfondo racial, étnico y religioso. Ningún militar estadounidense o británico utilizaría la tortura contra un europeo con el mismo desenfreno que el utilizado contra un árabe. De modo que hay también un aspecto psicológico y sociológico.
En la década de 1930, los británicos utilizaron la tortura contra los palestinos cuando éstos se rebelaron contra una política que cedía su país a otros, los judíos. En realidad, la tortura formó parte de la política británica oficial e incluía las palizas, los apaleamientos, el arrancamiento de uñas, el marcado con hierros al rojo, etcétera. Nadie protestó. Algunos de los aspectos más injustificables del comportamiento israelí tienen una filiación británica. Estados Unidos también hace una distinción racial en el trato a los pueblos. Durante la Segunda Guerra Mundial el presidente Franklyn D. Roosevelt ordenó a sus propagandistas que distinguieran entre Japón y Alemania. De acuerdo con Roosevelt, en Alemania el malvado era el gobierno, pero en Japón era el pueblo japonés. El pueblo alemán no fue nunca condenado por seguir a Hitler; en cambio, para Estados Unidos, los japoneses eran "monos, salvajes y primitivos".
¿Qué hacemos con el uso de la tortura contra iraquíes por parte de soldados británicos y estadounidenses? Todos condenamos la tortura y detestamos a quienes la practican. Ahora bien, ¿basta con esto? ¿Deben George W. Bush y Tony Blair sentarse en el banquillo de los acusados por torturadores? ¿No fueron esas mismas personas, Bush y Blair, quienes alegaron elevados motivos morales e invadieron Iraq, un país independiente, con razones injustificables y no demostradas? Saddam Hussein no torturó personalmente, pero sí lo hicieron su ejército y su aparato de seguridad. Y nosotros consideramos a Saddam responsable de lo que organizó e hizo.
He pasado mi vida a la sombra de un hombre bueno al que los británicos le arrancaron una tras otra las uñas de las dos manos durante la revuelta palestina de 1936. Fue un ejercicio inútil, porque no tenía nada que decirles. Mi padre cumple ahora 95 años y aún tiembla de los pies a la cabeza cuando se mira las manos, y el espantoso recuerdo de la tortura se apodera por un momento de él. Las veces que eso ha ocurrido delante de mí, trastornado por el dolor evidente de mi padre, siempre he sentido el impulso de abrazarlo y decirle que lo quiero. De hacer algo para exorcizar el horrible recuerdo de la tortura.
Los iraquíes torturados por los estadounidenses y los británicos en su propio país también tienen personas que los quieren. Ante ambos, los torturados y quienes sufren con ellos, inclino mi cabeza en señal de humilde reverencia y por primera vez en mi vida lamento ser ciudadano estadounidense.
SAID K. ABURISH, escritor y biógrafo de Saddam Hussein. Su último libro publicado es "Nasser, the last arab"