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El escalofrío social que producen este tipo de noticias es probablemente una de las razones que han convertido el maltrato a los ancianos en una epidemia silente. Como un iceberg del que los medios de comunicación sólo se hacen eco de los casos más truculentos y cuya mayor parte permanece sumergido, oculto por otras modalidades de violencia familiar y por la tentación de mirar hacia otro lado.
Porque ¿qué tipo de persona es capaz de maltratar a su propia madre anciana?, nos preguntamos ante cada nuevo suceso. La respuesta la ofrecen los escasos estudios que existen sobre el tema: muchas, y sin que parezca tener demasiada incidencia la clase social. Sólo en Catalunya se producen cada año al menos 10.000 nuevos casos de malos tratos a personas mayores de 65 años. Los datos los proporciona el Col·legiOficial de Metges de Barcelona en un informe en el que alerta sobre la baja percepción de la gravedad del fenómeno que muestra la sociedad. Quizás tenga algo que ver con ello, como apunta el doctor Rafel Rodríguez, uno de los responsables de la Sociedad Española de Medicina Rural y experto en el tema, de cada diez casos sólo trasciende uno, y en la mayoría de ocasiones no llega ni a ser denunciado.
También existen grados. Pues a pesar de que la mayoría de casos de agresiones a ancianos que salen a la luz tienen que ver con la violencia física, existen otras modalidades más sutiles pero con los mismos efectos devastadores.
Según los especialistas, el trato despectivo constituye "el primer peldaño" que muchas ocasiones acaba desembocando en insultos y golpes. Todo empieza con un empujón, un grito o un simple desprecio. Muchas veces sin ser conscientes de ello ni agresor ni agredido, que entran en una espiral de violencia que desemboca en terribles secuelas o en la muerte.
Entre los tipos más frecuentes de maltrato denunciado se encuentran el abuso psicológico, que puede ir desde las agresiones verbales, a los silencios ofensivos, pasando por el aislamiento o las amenazas de abandono. Le siguen los abusos físicos, los sexuales, y los económicos. Un ejemplo que se podría considerar un clásico de esta última modalidad lo recoge una sentencia reciente de la Audiencia provincial de Barcelona en la que se condena a una hija a devolver el piso a sus padres por incumplir el pacto de cuidarlos a cambio del dinero obtenido con su venta.
Una victoria judicial que constituye una gota en un océano de indiferencia. Pues como explica la socióloga Rosalía Mota, los mayores pocas veces se atreven a expresar sus problemas. "Y cuando lo hacen son ninguneados o sus quejas minimizadas". Además, lo más usual es que cuando el agredido pone su caso en manos de las autoridades, se encuentra solo y desamparado porque, aún hoy - y a diferencia de lo que sucede con los casos de violencia infantil o de género- los cauces de acogida para los mayores no están apenas desarrollados.
En nuestro país, en la mayoría de las ocasiones el maltrato tiene lugar en el seno familiar y muchas veces el maltratador no es consciente de la violencia que está ejerciendo sobre el agredido. Pues mientras lo expertos consideran que las agresiones físicas son "extremadamente infrecuentes", las negligencias son "más frecuentes de lo deseado".
Eduardo Rodríguez, presidente de la confederación española de organizaciones de mayores, destaca que el caso más habitual de maltrato es la negligencia que sufren los ancianos por un trato inadecuado y que puede llevarle a sufrir deshidratación, malnutrición, falta de higiene, vestimenta inapropiada, administración incorrecta de medicamentos o falta de cuidados médicos. Un informe de este colectivo advierte de que el maltrato a las personas ancianas es una de las formas de violencia y discriminación "más encubierta" en la sociedad actual y reclaman a las instancias públicas la misma atención a este problema que la que recibe la violencia ejercida sobre las mujeres.
"A finales de los años ochenta del pasado siglo, en la conferencia de la Sociedad Británica de Geriatría se concluyó que la víctima típica de malos tratos era una persona muy anciana, mujer, viviendo en casa con hijos adultos cuidadores, física y mentalmente discapacitada, con sobrepeso, inmóvil e incontinente, y con rasgos de personalidad negativos", explica la catedrática de Sociología, María Teresa Bazo. "Pero actualmente otra perspectiva se va consolidando. Se entiende que el hecho de que una persona se encuentre en riesgo de sufrir maltrato es más bien debido a las características de quien lo perpetra".
¿Y quién lo perpetra? En casi la mitad de los casos, la violencia es ejercida por los descendientes directos. Esto es: los hijos e hijas del maltratado. Y, en un grado mucho menor (19%) por el cónyuge. La mayoría de los agresores tienen edades inferiores a los 60 años, siendo el rango que va de los 40 a los 59 años el de mayor representación. No resulta desdeñable para María Teresa Bazo que el 26% de los agresores sean mayores de 70 años: "Lo que implica que existen personas mayores o incluso muy mayores, con sus propias discapacidades, cuidando a otras personas como a sus padres o cónyuges, en similar o peor situación, lo que provoca situaciones de muy alto riesgo".
El sueño de vivir solo En cuanto al sexo del maltratador, no existen diferencias significativas entre hombres y mujeres, salvo para el abuso físico y el abuso sexual, en el que la representación masculina supera significativamente a la femenina. Otros aspectos epidemiológicos respecto al maltratador, que pueden resultar útiles para comprender la dinámica de la relación son los siguientes: en general, el maltratador convive con la persona mayor maltratada (el acceso es fácil e inmediato), no es infrecuente que quien ejerza la violencia dependa financieramente de la persona mayor, o que se encuentre alojado en el domicilio del mayor, sea o no (esto último es frecuente) una persona con pareja.
Pero si el maltrato familiar es un fenómeno poco conocido, el maltrato institucional, el que tiene lugar en centros, residencias e instituciones para personas mayores, es un hecho que prácticamente sólo se ha tratado en la prensa, y ello de forma sensacionalista y poco rigurosa, opinan los expertos. Datos estadounidenses arrojan algo de luz a esta vertiente: el 36% del personal de instituciones afirmaba haber sido testigo durante el último año del maltrato físico a personas mayores por parte de compañeros de trabajo; el 10% reconocía haberlo cometido.
No resulta extraño entonces que cuando el CIS pregunta a los españoles : "¿Dónde le gustaría vivir si necesitase cuidados permanentes?", apenas un 5% piense en buscar refugio en casa de una hija (un2% en la de un hijo). Mientras la gran mayoría (un 73%) piensa que la mejor opción es vivir en su propia casa, recibiendo la atención que necesitan ¿Resulta que la familia ha dejado de ser el cálido refugio para la vejez tan instalado en nuestro imaginario?
Quizás sí: el cambio de actitud que las nuevas generaciones han desarrollado frente a los ancianos y el crecimiento de la población de personas mayores alimentan el fenómeno. Pero si ahora no logramos corregir y prevenir el maltrato a las personas mayores ¿qué sucederá cuando envejezcan las superpobladas generaciones de baby boomers,que llegarán a edades muy avanzadas, pero aquejadas de múltiples incapacidades?