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"Nuestro equipo salía cada noche hacia las ocho y nos las arreglábamos para estar de vuelta antes de medianoche, con nuestros sospechosos, para proceder a los interrogatorios. (...) La mayor parte de las operaciones conducían a interrogatorios y otras terminaban con liquidaciones puras y simples, que se hacían sobre el terreno. (...) La tortura era utilizada sistemáticamente si el prisionero rehusaba hablar, lo cual sucedía con frecuencia. Era raro que los prisioneros interrogados por la noche llegaran todavía vivos al amanecer. (...) No era posible hacerles entrar en el circuito judicial: eran demasiado numerosos y los engranajes de la máquina se habrían atascado. Por consiguiente, las ejecuciones sumarias formaban parte integrante de las tareas inevitables del mantenimiento del orden".
Aussaresses organizó el asesinato del jefe del Frente de Liberación Nacional (FLN), Larbi Ben Mhidi, para lo cual contó con el aval del general Jacques Massu, la principal autoridad militar en Argel. La suerte de Mhidi "fue largamente discutida con Massu. Llegamos a la conclusión de que un proceso a Ben Mhidi no era deseable: habría implicado repercusiones internacionales". "Aislamos al prisionero en una habitación ya preparada (...) y con la apoyo de mis ayudantes le ahorcamos de una manera que se pudiera pensar en un suicidio".
Hasta llegar a este grado de "eficacia" represora, Aussaresses había recorrido un largo camino. Tras abrazar la causa del general De Gaulle durante la ocupación nazi de Francia, en 1942, entró en el servicio secreto y fue entrenado para "forzar las cerraduras, matar sin dejar huellas, mentir, ser indiferente a mi sufrimiento y al de los otros, olvidarme y hacerme olvidar. Todo esto por Francia". Tenía 35 años cuando fue destinado a Phlipppeville (Argelia), donde se produjo una oleada de atentados, en junio de 1955, que él se tomó "como una ofensa personal y una provocación". Fue así como comenzó a torturar a detenidos y mató al primero: "El tipo murió sin decir nada. Yo no pensé en nada, ni tuve remordimientos de su muerte. Lo único que lamento es que no hubiera hablado antes de morir" .
Después, la escalada. Capturado un grupo de fellaghas (guerrilleros del FLN), junto con varios obreros de una mina que se suponía habían ayudado a aquellos, fueron todos ejecutados sin contemplaciones: "Me daba igual: había que matarlos, eso es todo, y yo lo hice". Y finalmente, la batalla de Argel. Tras las órdenes dadas al general Massu para que extirpara el terrorismo, se organizó el escuadrón de la muerte del entonces capitán Aussaresses con el que hizo su guerra nocturna contra el FLN, llena de "ejecuciones sumarias".
Cita una reunión de su jefe, el general Massu, con el entonces ministro de la Guerra, Max Lejeune, a quien aquel le comentó que habían detenido a "un grupo de terroristas" y se preguntaba si valdría más "entregarlos a la justicia o liquidarlos". El ministro explicó al general que habían estado a punto de echar al mar un avión que transportaba a Ben Bella, el líder del FLN; no lo hicieron porque descubrieron que la tripulación del avión era francesa, pero él opinaba que a Ben Bella debían "haberle matado", siempre según la versión del hoy octogenario general, quien atribuye a esa entrevista el valor de haber despejado todas las dudas sobre la cobertura del Gobierno a las ejecuciones.
El autor de esta confesión no lo hace por descargar su conciencia, sino para dejar claro que todo cuanto se hizo fue en nombre de la República. El libro aparece como respuesta a la corriente de revisión histórica de aquellos hechos, que se ha generado en Francia desde hace seis meses. Tanto el actual jefe del Estado, Jacques Chirac, como el primer ministro, Lionel Jospin, han descartado hasta ahora que esa revisión deba dar origen a un arrepentimiento colectivo. Pero la aparición del libro ha impulsado al diario Le Monde a pedir un juicio sobre hechos "contrarios a todas las leyes humanas, comprendidas las de la guerra", que fueron ordenados y planificados por "un Gobierno de la República".