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La historia de Santiago, aquejado de alzheimer y al que su cuidadora solía ya atar al balcón de su casa cuando lo dejaba solo, no es excepcional. Diferentes estudios apuntan que un 5% de personas mayores de 65 años –el 21% de la población de Catalunya supera esa edad– sufre malos tratos en su entorno.
El perfil de Santiago encaja –salvo en el sexo, pues las mujeres son las que más violencia padecen– con el patrón que se repite en los casos de malos tratos padecidos por la gente mayor. Prácticamente ninguno de esos episodios, recogen algunos estudios, lega a denunciarse ni a conocerse. La historia de Santiago iba camino de correr esa misma suerte, de no ser por la colaboración de unos taxistas. Fueron los que dieron la voz de alarma al descubrir al anciano atado con los brazos en cruz en el coche, con claros síntomas de deshidratación por el calor. Una semana antes, vecinos de la calle Tallada de Lleida, donde vivía el anciano con su cuidadora, ya habían denunciado que el hombre solía pasar muchas horas atado en el balcón de su vivienda. Acudió la policía, pero incomprensiblemente nadie parece que diera después un paso –al menos con la urgencia requerida– para indagar en las condiciones de vida de Santiago.
A partir de los 75 años es cuando se registran más casos de malos tratos, y las víctimas suelen padecer aislamiento social, deterioro cognitivo y total dependencia a otras personas para sobrevivir al día a día. La terrible situación de Santiago ha vuelto a destapar, además, la existencia de personas que sin ningún conocimiento en geriatría se ofrecen a cuidar a ancianos a cambio de una remuneración económica. Algunos buscan a ancianos y ancianas sin vínculos familiares, y se aprovechan de su situación de aislamiento y soledad. Ese parece ser que era la principal ocupación de Mari Carmen. Pero la habilidad de esta mujer radicaría, más que en conocimientos de cómo hay que cuidar a un anciano, en urdir planes para arrebatar a sus clientes lo poco que tienen.
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Poner cifras a estos abusos resulta complicado por la falta de estudios al respecto. Y es que estos malos tratos infligidos a las personas mayores han pasado inadvertidos en una sociedad, que hasta hace muy pocos años –afirma Carme Porta–, "veía la mayoría de estos episodios como algo casi normal". Son esos malos tratos que Juan Manuel Espinosa, médico y coordinador del Grupo de Atención al Mayor de Semfyc, incluye en el apartado de las negligencias. "Es el dejar de hacer", precisa Espinosa. Ahí entrarían comportamientos como el de prolongar el tiempo en el aseo del anciano, alterarle la dieta, suministrarle más fármacos de los recomendados para tenerlo tranquilo o no sacarlo de paseo.
Lo más duro, como parece que ocurrió en el caso de Santiago, es la indefensión de las víctimas para escapar de ese infierno. "Esta es una violencia muy difícil de atajar –reconoce Carme Porta– y más en una sociedad donde la abuela y el abuelo están perdiendo esa postura de centralidad dentro de la familia y también la autoridad". Ahí coincide con Juan Manuel Espinosa, que augura un incremento de abusos y malos tratos entre las nuevas generaciones de ancianos por la pérdida de vínculos con el seno familiar. Esa soledad y falta de apoyo es la que favorece la proliferación de desaprensivos que han encontrado en esas personas necesitadas de cuidados una fuente económica. Y lo triste es que sólo un 0,2% de las personas mayores se atreven a dar el paso para denunciar los abusos, asegura Espinosa. "Están tan desamparados y se sienten tan solos que prefieren soportar los malos tratos antes que denunciar a sus cuidadores. Temen que si estos son apartados de su lado la situación aún será peor", añade este médico.
La nota positiva de esta realidad es que en los últimos esa violencia padecida por la gente mayor ha empezado a hacerse visible entre la sociedad y cada día se organizan más congresos y jornadas para buscar soluciones al problema. El proceso es idéntico al vivido con la violencia machista o los abusos con menores.