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El caso del atentado inminente es a la tortura lo que la defensa propia es al matar. Una justificación válida, sí, pero muy infrecuente en la vida real.
Lo que sí sucede con frecuencia es que la tortura, en vez de salvar vidas, las destroza. La supuesta prevención de atentados se convierte en un colador y se acaban rompiendo los cuerpos y las mentes de personas que ni suponen un riesgo inmediato, ni mucho menos merecen este trato.
La tortura traiciona los principios legales y morales de una sociedad civilizada y deshumaniza tanto al que la sufre como al que la perpetra. Por eso está prohibida por convenciones internacionales, por la Declaración universal de derechos humanos, y por las constituciones democráticas, incluyendo la de Estados Unidos.
El senador norteamericano por Arizona John McCain, republicano, conoce la tortura porque la sufrió durante años como prisionero en Vietnam. Sabe que produce secuelas graves y de por vida y que no sirve para conseguir información, sino para humillar y someter. Un torturado confesará lo que sea para dar fin a su tormento.
El pasado 6 de octubre, el Senado estadounidense aprobó por aplastante mayoría de 90 a 9 una enmienda suya que prohibiría el uso de tratamiento cruel, inhumano y degradante en las tácticas de interrogación por parte de personal estadounidense de cualquier tipo de detenido y en cualquier parte del mundo. Es importante especificarlo porque la Casa Blanca sostiene que la Convención Internacional contra la Tortura les exime en las interrogaciones en el extranjero y a personas no ciudadanas de los EE.UU.
Bajo una intensa presión de la Administración, directamente ejercida por el vicepresidente Dick Cheney, puede que varios miembros del Congreso voten en contra de la enmienda McCain. El presidente George W. Bush ha amenazado con vetar la ley de Defensa si prohíbe el uso de tratamiento cruel, inhumano y degradante. El senador McCain no se amilana y dice que continuará intentando añadir su enmienda a todo proyecto de ley hasta que Bush firme alguno.
La cruel realidad para Bush en estos momentos miserables es que los grandiosos objetivos de su presidencia han devenido una farsa. Invadió Iraq para evitar el uso de armas químicas por parte de Saddam Hussein y resultó que sus tropas lanzaron ilegalmente fósforo blanco sobre personas en Faluja en 2004. Tras el fiasco de las armas de destrucción masiva, justificó la invasión con el establecimiento de la democracia en la región, pero su ejército tortura, el gobierno iraquí bajo ocupación norteamericana también mata y tortura, e Iraq sigue siendo un infierno. Bush predica los valores democráticos pero niega a Naciones Unidas acceso irrestricto a Guantánamo para inspeccionar la situación de derechos humanos de los allí detenidos, sin cargos, durante dos o tres años.
Por si los escándalos en los centros de detención conocidos (Guantánamo en Cuba, Abu Ghraib en Iraq, Bagram en Afganistán) fueran poco, hay fiables indicios de que el gobierno norteamericano mantiene pequeños Guantanamitos secretos en Egipto, Tailandia, Afganistán, Rumanía e incluso dentro de la Unión Europea, en Polonia.
España investiga las graves alegaciones sobre escalas en nuestro país de vuelos secretos de la CIA hacia estos centros clandestinos de interrogación. Pero hay que poner también la propia casa en orden: según Naciones Unidas, en España la tortura es "más que esporádica". Ni las autoridades ni la sociedad civil debemos tolerarla. Como John McCain.