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La "tortura de Estado", política gubernamental cuya finalidad es acabar con la oposición política y, como tal, infligida a todo sospechoso de ser un enemigo de las personas que ostentan el poder, sigue siendo, desafortunadamente una práctica muy real. La tortura de presos políticos, especialmente de sus líderes, sigue practicándose en muchos países (la expresión "preso político" se emplea aquí por conveniencia para designar a los oponentes, reales o considerados como tales por el Gobierno; pocos Gobiernos -de haber alguno- reconocen tener "presos políticos").
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Desafortunadamente, esta más bien restrictiva definición tiende a hacer olvidar que se puede utilizar -y de hecho se utiliza- la tortura en muchos otros contextos.
Evidentemente, este tema tiene otras muchas vertientes. El CICR no tiene su propia definición de la tortura y emplea, cuando es necesario, las ya existentes -o ninguna-, según convenga en una determinada situación. A lo largo de los años, las definiciones de la tortura se han vuelto más complejas, y no necesariamente más claras (véanse las definiciones de Amnistía Internacional y de la Asociación Médica Mundial, ambas formuladas en 1975, así como la de 1984 de las Naciones Unidas en su Convención contra la Tortura). La definición generalmente aceptada hoy es la de la ONU: se define la tortura como una forma agravada de trato o castigo cruel, inhumano y degradante.
Cabe destacar que mediante las definiciones de la tortura se ha intentado corroborar los propósitos de aquellos que la practican (en las primeras definiciones, como por ejemplo la del profesor Chet Scrignar de la Universidad de Tulane, Nueva Orleans, no se pretende determinar las intenciones del torturador, sino sólo describir los efectos de ésta en la víctima; el profesor Scrignar define la tortura como "un trauma internacional deliberadamente concebido por personas viles para ocasionar sistemáticamente dolor y sufrimientos a un individuo determinado, y que culmina con el colapso físico y psicológico de la víctima"). La antigua noción de que la principal finalidad de la tortura es hacer "hablar" a las personas (y dar información) fue correctamente contrarrestada en el decenio de los setenta por la noción opuesta, es decir, que su intención es, de hecho, hacer que la población en general guarde silencio... Es este tipo intencionado de tortura el que realmente intenta reprimir la democracia.
Sin adentrarnos en un minucioso análisis de la tortura tal y como se practicaba a mediados de la década de los noventa, hay que decir, no obstante, que la finalidad de la tortura no es tan claro como lo era, por ejemplo, a mediados de la década de los setenta o a comienzos de la década de los ochenta. En aquellos años, la fórmula la "tortura contra la democracia" era, si no la regla, al menos, qué duda cabe, la forma más visible y difundida de tortura de Estado sistemática. Era el tipo de tortura que se había aplicado a las víctimas (o "supervivientes", como se les denomina hoy) que lograron llegar a los distintos centros de Europa y América del Norte, donde fueron acogidas y atendidas por profesionales de la salud y por especialistas en derechos humanos preocupados. Esas personas han sido las fuentes de información para muchas de las publicaciones sobre la tortura.
Pero, al igual que ocurría ya entonces, la verdadera finalidad de la tortura tenía, a mediados de la década de los noventa, un espectro mucho más amplio de razones que la "mera" disuasión de los disidentes políticos. La tortura siempre se ha empleado, y sigue empleándose, por muchos otros motivos. Una de las formas más perversas de tortura es su utilización para obtener la sumisión y la colaboración de personas que no están involucradas en un determinado conflicto, pero que son torturadas y chantajeadas para que se infiltren o presten declaración contra supuestos "enemigos" del Gobierno.
La colaboración forzada, con todas sus implicaciones, es sin lugar a dudas uno de los más trágicos aspectos del empleo de la tortura. Las víctimas que se han visto forzadas a colaborar son rechazadas y marginadas por todos, y corren gran riesgo de ser asesinadas o torturadas por su propia gente.
La tortura y otras formas de violencia perpetradas en aras de lo que hoy se denomina "limpieza étnica" constituyen otro ejemplo que hace al caso. Se ha torturado brutalmente -muchos han muerto despiadadamente- a personas civiles inocentes sin postura o ideología política, únicamente para obligarles a abandonar su tierra. Esas personas son víctimas de una política que poco tiene que ver con la represión de la democracia.
También podemos mencionar un tercer ejemplo de tortura que no se atiene a la definición de "antidemocracia", a saber las palizas y otras formas de violencia increíblemente crueles e inhumanas -que sólo se pueden calificar de tortura- propinadas a los presos en algunos países. Esas personas son presos de derecho común, y no disidentes u oponentes de ningún tipo, y se les tortura para disuadirles de huir. Cuando se dice a los guardias de las prisiones que su ya de por sí miserable sueldo se verá reducido al 50% si un preso se escapa, no dudan en emplear formas inimaginablemente violentas de represión.
Podría proseguir la lista. Lo que se trata de dejar claro aquí es que hay que considerar la lucha contra la tortura como lucha que abarca todas esas formas de tortura, y no sólo la tortura de disidentes políticos, reales o imaginarios. Es en ese sentido en el que en la definición de la Convención de la ONU sobre la tortura, al determinar las posibles intenciones de la tortura, se dice con razón como punto fundamental : "... o por cualquier otra razón".
La misma expresión violencia organizada es quizá defendida con razón por muchos grupos que actúan en favor de los derechos humanos. Esa violencia se ha empleado, y sigue empleándose, con los mismos propósitos que la tortura y, en algunos casos, ha habido una política gubernamental para aplicarla. En otros, el motivo que se oculta tras el empleo de la violencia organizada puede resultar menos claro ... La expresión incluye seguramente la noción de tortura, sea cual fuere la definición, y es posible que, en muchos casos, su empleo sea preferible al siempre controvertido término de "tortura" (de lo que aquí se trata al decir "controvertido" es de que el propósito de intervenir contra la tortura es hacer que cese, y no andarse por las ramas diseccionando definiciones; ésta es una de las razones por las que el CICR no utiliza definición específica alguna, sino que prefiere describir lo que está sucediendo).
Los efectos de la tortura o de la violencia organizada (¿y qué decir de la violencia "no organizada?) para las víctimas son, evidentemente, muy diferentes dependiendo del grupo destinatario. Cuando se es sometido a la tortura de Estado, los activistas políticos, que están "preparados" para la tortura -en algunos casos, incluso "formados" para contar con ella- disponen de mecanismos para hacerle frente; obviamente, de tales mecanismos carecen los hombres, las mujeres y los niños que son torturados, porque se encuentran en el lugar equivocado o pertenecen a un grupo étnico mal visto (o ambas cosas), pero que no son militantes en causa específica alguna. En varios países, las personas civiles presas de las distintas formas de "limpieza étnica" son ejemplos de personas que no están, en absoluto, "preparadas" para la espantosa violencia que contra ellas se perpetra.
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El punto principal que cabe señalar aquí es que no hay que considerar la tortura únicamente como una forma de represión de potenciales presos políticos, sino como un mal mucho mayor.
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