En cada minúscula célula humana hay unos dos metros de moléculas de ADN plegadas de manera casi inconcebible. En esos dos metros hay unos 22.000 genes, con la información necesaria para construir y hacer funcionar a una persona. Uno de estos genes, el bautizado CCR5, contiene las instrucciones, escritas en unas 6.000 letras, para fabricar una proteína que el virus del sida utiliza como puerta de entrada a los glóbulos blancos de la sangre. Sin embargo, a algunas personas les faltan 32 letras en este gen, y esto los hace inmunes al virus del sida. Es una mutación natural que solo tiene un pequeño porcentaje de personas (el 1% en el caso de los europeos).
El experimento de He Jiankui consistió en intentar imitar esta mutación natural. El investigador chino inyectó en embriones de unas pocas células el CRISPR, una especie de tijeras moleculares capaces de cortar el ADN donde se desea. El problema es que la técnica experimental, creada en 2013 y todavía en perfeccionamiento, comete errores. Los resultados, si no son un gigantesco engaño, muestran que solo una de las niñas presenta el cambio buscado y que ambas hermanas exhiben mutaciones indeseadas y de efectos desconocidos, que serían heredadas por sus hijos. Es una chapuza sin ninguna ventaja médica: los embriones estaban sanos antes de que He Jiankui decidiera actuar en ellos.
"Que el primer ejemplo de edición de la línea germinal humana [un cambio heredable para la siguiente generación] haya sido un paso en falso no debería llevarnos, de ninguna manera, a meter la cabeza en la arena y a no considerar los aspectos muy muy positivos de un camino más responsable hacia un uso clínico", expuso el miércoles George Daley, decano de la Escuela Médica de Harvard.
Daley intervino esta semana en el mismo congreso mundial de Hong Kong en el que He Jiankui detalló su experimento minutos después. El directivo de Harvard mostró una especie de hoja de ruta al público, con "un rango de potenciales aplicaciones [de la edición genética en embriones], algunas de las cuales provocarán más entusiasmo que otras". En el extremo menos necesario colocó "las mejoras" genéticas, un eufemismo para referirse a la eugenesia pura y dura, como la actuación sobre el gen MSTN para aumentar la masa muscular. Ya se ha hecho en animales de granja para producir más carne.
"Me sorprendería que las primeras indicaciones que consideremos más factibles no sean aquellas contra enfermedades muy devastadoras", arrancó Daley. La primera de su lista era la enfermedad de Huntington, una patología provocada por un defecto hereditario en un solo gen que desencadena el desgaste progresivo de las neuronas del cerebro. No tiene cura. Los afectados mueren, de media, unos 13 años antes que el resto de la población.
La segunda en la clasificación era la enfermedad de Tay-Sachs, otro trastorno hereditario espantoso y poco común. Una mutación en un solo gen, frecuente entre los judíos askenazíes europeos, genera la acumulación de una sustancia grasienta en el cerebro. Los niños mueren antes de los cuatro años. Y Daley añadió a su lista otras dos enfermedades causadas por un solo gen defectuoso: la fibrosis quística, caracterizada por la formación de un moco espeso potencialmente letal en los pulmones, y la anemia de células falciformes, que deforma los glóbulos rojos en personas de ascendencia africana.
"La cumbre de Hong Kong es la primera en la que ya se habla abiertamente de modificar la línea germinal humana. No vamos a poder parar esto. El CRISPR es una técnica barata que no necesita mucho personal", advierte Íñigo de Miguel, experto en bioética de la Universidad del País Vasco. "Tenemos que encarar el debate ya, porque va a marcar nuestro futuro. Dentro de 20 años nos pueden dar a elegir entre tener un hijo con la lotería genética de la reproducción sexual o tenerlo mediante fecundación in vitro con opciones de editarlo genéticamente", plantea De Miguel. A su juicio, no hay que frenar la investigación, sino acelerarla, para dominar la tecnología y poder revertir cualquier actuación inaceptable.
El decano de Harvard puso otra opción más polémica sobre la mesa: modificar genes no vinculados a un trastorno catastrófico seguro, sino simplemente a un mayor o menor riesgo de padecer una enfermedad, como el CCR5 trastocado por el chino He Jiankui. Son hipotéticas vacunas genéticas. Para Daley, los principales candidatos son el gen PCSK9, asociado a enfermedades cardiovasculares; el A673T, protector frente al alzhéimer; y los genes BRCA1 y BRCA2, cuyas alteraciones puede resultar en un cáncer de mama o de ovario.
En su libro 'Una grieta en la creación. El nuevo poder para controlar la evolución', publicado en 2017, la genetista estadounidense Jennifer Doudna confesó sus pesadillas. Doudna, una de las madres de la técnica CRISPR, narró que una noche había soñado que Adolf Hitler, disfrazado con una careta de cerdo, le preguntaba por su revolucionaria tecnología. Este jueves, Doudna firmó la declaración final del congreso mundial de Hong Kong: "Los riesgos son demasiado grandes como para permitir ensayos clínicos de edición de la línea germinal humana en este momento. Sin embargo, el progreso en los últimos tres años y las discusiones en la cumbre actual sugieren que ha llegado el momento de trazar un camino riguroso hacia esos ensayos". Traspasada la línea roja, ya no hay marcha atrás.