La Europa del siglo XIV se vio asolada por innumerables plagas, a cuál más mortífera, y por terribles guerras que recorrieron prácticamente todo el continente. En ese período, hacia el año 1347, sucedió algo que acabaría teniendo un alcance y una importancia excepcionales. Nos estamos refiriendo a las matanzas de judíos, un fenómeno muy habitual durante toda la Edad Media europea. La terrible peste que asoló Europa a partir de 1348, incrementaría aún más este tipo de actuaciones. Por ejemplo, el 9 de enero de 1349, la práctica totalidad de la población judía de Basilea fue masacrada, acusada de ser la causante de la plaga que se cernió sobre la ciudad. También en Alemania, Suiza y Francia se acusó a la población judía de envenenar la fuentes de agua y causar una gran mortandad entre los cristianos. Una de esas localidades fue Estrasburgo, en la actual Francia, donde el 14 de febrero de aquel mismo año marcaría un antes y un después para los judíos de la ciudad.
Un mal que viene del Este
Corría el año 1349 y la peste extendía su manto de muerte y destrucción por toda Europa, exterminando a comunidades enteras. Entre los años 1347 y 1352, esta plaga mató a millones de personas. El historiador noruego Ole J. Benedictow estima que el 60% de la población europea sucumbió a causa de la terrible enfermedad. Hay sobrecogedores testimonios, por ejemplo, de la ciudad italiana de Florencia, donde "todos los ciudadanos hicieron poco más que llevar los cadáveres para ser enterrados [ ]. En cada iglesia cavaron profundas fosas hasta el nivel freático; y así los pobres que morían durante la noche eran atados rápidamente y arrojados a la fosa". Causada por una bacteria llamada Yersinia Pestis, la peste bubónica, llamada así por la inflamación de las ganglios linfáticos que produce en sus víctimas, la transmiten las pulgas que portan las ratas, un animal muy abundante en las ciudades medievales.
Los orígenes de la peste bubónica
o peste negra hay que buscarlos en Asia Central, desde donde llegaría
al continente europeo. De hecho, el primer gran brote de peste que se desató
en Europa tuvo lugar en la ciudad italiana de Messina en el año 1347,
y se extendió rápidamente por todas partes. Cuando la epidemia
barrió el continente, la gente, aterrorizada, empezó a buscar
al culpable de aquella desgracia, un "cabeza de turco" a quien cargar
con las culpas. En aquella época, los judíos europeos, obligados
a vivir hacinados en barrios superpoblados, también sufrían
el azote de la peste negra, como sus vecinos cristianos, aunque con menos
intensidad. Tal vez la moral judaica, que prohibía los excesos y obligaba
a sus fieles a practicar abluciones y baños rituales de purificación,
contribuyó a frenar la transmisión de la enfermedad.
El culpable ideal
Así, los judíos europeos resultaron ser el chivo expiatorio perfecto y fueron acusados de propagar deliberadamente la enfermedad como modo de acabar con los cristianos. El historiador alemán Heinrich Graetz describe con precisión la atmósfera que se vivía en aquella época en Europa en su Historia de los Judíos: "Surgió la sospecha de que los judíos habían envenenado los arroyos y pozos, e incluso el aire, para aniquilar de un solo golpe a los cristianos de todos los países". De este modo, las comunidades judías fueron atacadas indiscriminadamente y de las aproximadamente 363 comunidades existentes en Europa en aquel momento, más de la mitad fueron asaltadas por turbas de exaltados que los culpaban de propagar la plaga. Por toda Europa se produjeron ataques: España, Italia, Francia, Países Bajos y Alemania persiguieron y asesinaron a los judíos de sus ciudades.
Para echar más leña al fuego, Carlos IV, emperador del Sacro Imperio, promulgó un edicto por el cual todas las propiedades de los judíos asesinados por su supuesta implicación en la propagación de la plaga podían ser confiscadas por sus vecinos cristianos con total impunidad. Aquel edicto incendió aún más las calles, y las muertes de judíos se multiplicaron exponencialmente. En 1349, un grupo de señores feudales de Alsacia se reunió en la ciudad de Benfeld donde se firmó el llamado Decreto de Benfeld por el que se acusaba formalmente a los judíos de ser los causantes de la peste. También se les culpaba de asesinato y se pedía su inmediata expulsión de todas las ciudades. Pero Estrasburgo en un principio se resistió a aplicar dicho decreto para proteger a su comunidad judía, muy numerosa.
Crímenes y saqueos
A principios de 1349, la peste aún no había llegado a Estasburgo, pero sus habitantes esperaban temerosos que la letal enfermedad atacara en cualquier momento. El obispo de la ciudad, Berthold III, empezó a pronunciar airadas diatribas contra los judíos, que llegaron hasta los funcionaros de la ciudad, quienes en un principio hicieron oídos sordos. Finalmente, el 10 de febrero de 1349, una turba descontrolada derrocó al gobierno municipal e instituyó lo que bautizaron como "gobierno del pueblo", formado por miembros de los gremios locales y financiado por los nobles locales que esperaban quedarse con las posesiones de los judíos una vez estos fueran expulsados. Así las cosas, el viernes 13 de febrero de 1349 la suerte estaba echada para los judíos de Estrasburgo. Las familias se estaban preparando para celebrar el shabat cuando un grupo de hombres enardecidos los sacó a todos de sus casas con violencia y los encarcelaron bajo la acusación de asesinato. Los desconcertados judíos veían desde su encierro cómo se estaban levantando las piras donde, presumiblemente, iban a ser quemados si no, tal como les informaron, renegaban de su fe y se convertían al cristianismo.
Con las primera luces del día de San Valentin, el 14 de febrero, una impaciente multitud se agolpaba en la plaza de la ciudad para presenciar las ejecuciones. En los calabozos, los niños más pequeños fueron arrancados de los brazos de sus padres para ser bautizados y criados como "auténticos cristianos". Al resto, si no se convertían, solo les esperaba la hoguera. Un cronista local llamado Jakob Twinger von Konigshofen describió de este modo la aterradora escena: "Quemaron a los judíos en una plataforma de madera en su cementerio. Había unos dos mil de ellos". Aquel acto de fe llevó horas, y, cuando terminó, la turba exaltada se lanzó sobre las cenizas aún humeantes para llevarse todo lo que hubiera quedado de valor tras la quema.
En la misma crónica, Von Konigshofen destaca que todo aquel horror respondía a una simple motivación económica: "Todo lo que se debía a los judíos fue cancelado [...]. El consejo tomó el dinero que los judíos poseían y lo dividió entre los trabajadores proporcionalmente. El dinero fue, en efecto, lo que mató a los judíos. Si hubieran sido pobres y si los señores feudales no hubieran estado endeudados, no habrían sido quemados". Aquellos terribles actos no solamente no tuvieron consecuencias, sino que, unos meses después, el propio emperador Carlos IV perdonó de manera oficial a toda la ciudadanía de Estrasburgo por la muerte de los judíos, así como por robar su dinero y quedarse con sus bienes. Al final, aquella terrible matanza, como tantas otras, caería en el olvido...