Defoe, mucho más conocido como autor de 'Robinson Crusoe', escribió este librito tardío con la intención de dejar constancia de las miserias, y las pocas virtudes, que una epidemia conlleva. Una especie de guía de cómo se desarrolla pormenorizadamente una plaga de este tipo y en especial, cómo se comporta la población cuando se han disparado las alarmas. Poco podíamos imaginar hace solo unos meses que este libro podría ser también para nosotros un espejo, 350 años después de los hechos relatados. Naturalmente, con las debidas y prudentes distancias, porque la mortalidad entonces sí que era masiva y atacaba a toda la población. Pero, sin vacunas para el covid-19 y con el bacilo de la peste aún por aislarse científicamente, es inevitable ver el paralelismo.
La extrañeza de la novela o de lo que
quiera que sea 'El diario del año de la peste' -una crónica
periodística, un tratado moralizante, una historia de terror-, es que
está relatada con una minuciosidad y viveza casi hiperrealista. Se
lee como un relato real y vivido, pero no lo es, porque Defoe tenía
apenas cuatro años cuando ocurrieron los hechos. Así que todo
está recreado, es una novela de no ficción de antes de que se
hubiera inventado. Defoe lo hace unas veces de forma muy analítica,
tomando como referencia los tratados médicos de John Quincy y Nathaniel
Hodges, este último fue uno de los pocos médicos que no abandonó
la ciudad, como cuenta José C. Vales, en el prólogo de la edición
de Impedimenta. Pero también, como relata el escritor, sin perder su
sentido periodístico: "El lector que se asoma ahora al 'Diario
del año de la peste' reconoce de inmediato en sus páginas la
habilidad del gacetillero, más que la del novelista. Es el periodista
el que selecciona las anécdotas emocionantes, dramáticas, 'sentimentales',
moralizantes e incluso humorísticas, el que exige responsabilidades
al gobernante, el que sugiere hipótesis, el que describe las calles
vacías de Londres y el que propone -naturalmente- los medios adecuados
para sobrevivir en caso de nueva epidemia".
La lección del pasado
La lección de Defoe -que, de origen humilde, añadió la De a su apellido para parecer más aristocrático- es amplia. Empieza haciendo un recuento de los muertos, semana a semana, con una fórmula no muy distinta a la información minuto a minuto de los diarios digitales. Como en la época todavía no se habían acuñado los periódicos, los bulos campaban por doquier -como ahora circulan por las redes sociales- junto a los remedios mágicos y los curanderos de turno.
La medida efectiva para evitar la expansión del contagio era, ahora y entonces, la del confinamiento doméstico, todo el mundo encerrado en casa, lo que en el siglo XVII adoptaba formas más autoritarias que ahora. Porque los obligados al encierro intentaban saltárselo en una acción tan poco solidaria como las de los actuales vecinos de Madrid abandonando sus casas con destino a Murcia o Andalucía. Las medidas de higiene de entonces, muy deficientes, no pasaban de pedir a la gente que barriera la casa y las calles a falta del conocimiento de la teoría de los gérmenes de Pasteur que todavía tardaría 200 años en llegar.
No obvia tampoco Defoe los aspectos económicos. Él mismo, que se presenta como un talabardero, fabricante y vendedor de productos de cuero, que teme por su pequeño negocio (entonces el concepto de trabajador autónomo era sencillamente el de trabajador porque todavía a falta de capitalismo los asalariados no existían), decide en última instancia no abandonarlo. Pero también tiene ojo el inglés para hablar de la macroeconomía dibujando el cierre del puerto de Londres y el colapso de las mercaderías y el comercio.
'El diario del año de la peste' será una buena lectura para cuando el covid-19 sea un recuerdo, demostrará que el miedo y el tesón son cualidades que hombres y mujeres han cultivado durante siglos.