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Un barcelonés se encuentra en situación irregular al no ser reconocido por su país de origen ni tampoco como apátrida
Apátrida es quien no tiene patria. La patria de Hamlet, Armenia, se niega a reconocerlo como ciudadano del país, pero el Ministerio de Justicia español se niega a admitir esta eventualidad y se ha empecinado en negarse a declararle apátrida. ¿Consecuencias? Vive en Barcelona desde 1998, con su mujer y dos niñas nacidas aquí, de dos y siete años de edad. Pero su situación personal es irregular: no tiene documentación en regla, no puede trabajar, y sobre su cabeza pende una espada de Dámocles constante, la que le puede llevar en cualquier momento a un centro de internamiento.No tiene antecedentes, ni una sola multa.«¿Pero a dónde me pueden expulsar?», cuenta Hamlet. «¿Y mis hijas, qué?¿Y mi mujer?». Hamlet nació en Armenia hace 29 años, cuando aún era una república soviética. Su pasaporte así lo atestiguaba.Una vez cambió el régimen político de su país natal, y habiéndose visto obligado a abandonar Armenia con su compañera, Hamlet recaló en España.
Con la primera regularización de extranjeros del año 2000, Hamlet obtuvo, mediante su pasaporte anticuado y la cédula de inscripción, que le concedieran la tarjeta para un año de residencia. Al acabar el plazo, pudo prorrogar por dos años más su situación legal.
«Trabajé, y mucho», explica Hamlet. Se empadronó en Barcelona, estableciéndose son su compañera, y tras su primera hija, nació la segunda. Las dos son españolas. Su mujer pudo obtener la regularización, pero él se encontró con la desagradable sorpresa, ya en 2004, de que el Gobierno español no le renovaba por más tiempo el permiso de residencia.
Así las cosas, le remitieron a su país de origen para que certificara su nacionalidad, ya que el pasaporte no estaba actualizado. Y comenzó su nuevo via crucis, con las cargas familiares adquiridas para mayor preocupación de Hamlet. Se dirigió al Ministerio de Asuntos Exteriores de la República de Armenia, vía la embajada en París que tiene este país, para solicitar sus credenciales.
Y el Ministerio respondió con una certificación en la que «de acuerdo con las Leyes de la República de Armenia sobre la ciudadanía» Hamlet «no es ciudadano» de este país. Fue un jarro de agua fría, pero le abría la posibilidad de ser ahora declarado como apátrida, y de aquí, pasar a ser regularizado en España.
El Ministerio del Interior, sin embargo, se obcecó en negar esta circunstancia y aludiendo aun cambio de legislación en Armenia, según el cual desde 2001 se reconoce como ciudadano armenio a los antiguos ciudadanos de la República Socialista de Armenia que no hayan adquirido la ciudadanía de otro país, le remitió de nuevo a aquellas autoridades para que aclarara este extremo.Y nuevamente, fue negada su condición de ciudadano armenio. El Ministerio del Interior insistió por su parte en denegar la condición de apátrida de Hamlet, y éste recurrió a la Audiencia Nacional.
Para este tribunal, Hamlet es armenio según las leyes de la República de Armenia, y que la burocracia de su país le niegue esa naturaleza no ha de afectar a esta decisión. La Audiencia Nacional concluye que «la denegación del estatuto de apátrida no le impide abandonar el territorio español», obviando el resto de perjuicios que le genera para su integración en España.
Incansable, Hamlet recurrió al Tribunal Supremo, que se pronunció en el mismo sentido este verano. Hamlet nació en Armenia pero Armenia no lo reconoce. España dice que es armenio, y no lo reconoce como apátrida. Y lo único que entiende Hamlet es que vive en Barcelona, que su mujer trabaja aquí, que sus hijas son españolas, que ha pagado a Hacienda durante los tres años que ha cotizado en la Seguridad Social y que aunque tiene la residencia fiscal aquí, el Estado español no le quiere dar más.