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Se considera, y se está en lo cierto, que no debe bajarse la guardia ante las manifestaciones de racismo, ya que suponen un grave peligro para la convivencia. Aunque no comparto el alarmismo extremo de algunos que comparan nuestra situación con la de países vecinos, sí considero que se debe reaccionar ante tanta estupidez. No creo que puedan prohibirse los insultos, pero es importante que tengamos criterios claros de qué límites deben considerarse moralmente infranqueables. De todas maneras, repito, antes que - o además de- una cuestión de racismo, que es lo adjetivo, lo sustantivo fueron los insultos.
Poco habituado a los campos de fútbol, cada vez que asisto a un partido suelo salir deprimido ante la sarta de insultos, durísimos, que oigo en las gradas, especialmente por parte de los que están cerca del césped y confían en que podrán ser escuchados por el interesado. En un tiempo que asistí regularmente a una competición como directivo de un club de otro deporte, recuerdo que en cada encuentro sentía vergüenza ajena por las barbaridades que proferían contra el adversario algunas madres que seguían a sus hijos adolescentes.
En los casos de los que he sido testigo, los insultos siempre ofenden la dignidad personal de jugadores y árbitros. Y si no son racistas, son machistas, homófobos, xenófobos o se refieren a supuestas incapacidades físicas o mentales. De manera que si queremos establecer conexión entre insultos en el fútbol y violencia en la sociedad, insultos graves también lo son todos. Cada día puede comprobarse que existen casos de violencia xenófoba y sexista, casos de acoso infantil muy a menudo vinculados con la homofobia o con minusvalías físicas y mentales, etcétera. Dicho de otro modo: la crítica al insulto racista creo que no llegaría al fondo de la cuestión si sólo se refiriera a este tipo de insultos. El deporte, y el fútbol en particular, si debe ser portador de ejemplaridad social - el FC Barcelona también parece que está en ello-, debería avanzar en la desaparición progresiva de la cultura del insulto impune, y que busca la victoria por otros medios que deberían considerarse ilegítimos: desestabilizar moralmente a los jugadores adversarios o a los árbitros. El entrenador del Barça, hombre inteligente donde los haya, así lo entendió cuando convenció a Eto´o de quedarse en el campo para responder de la forma más adecuada a los insultos: ganando el partido.
¿Cómo responder a los insultos racistas y, si pudiera ser, a los insultos homófobos, machistas, xenófobos, etcétera? Desde mi punto de vista, además de las posibles iniciativas institucionales, lo verdaderamente efectivo sería conseguir la complicidad personal de la mayoría de los aficionados. Es decir, conseguir una respuesta crítica, personalmente comprometida y responsable, por parte del resto del público. En lugar de ver reídas las ocurrencias pasadas de tono, los que insultan tendrían que aguantar el bochorno de las llamadas de atención de sus vecinos de grada. Pero no nos engañemos: una sociedad responsable y comprometida está formada por individuos que asumen un riesgo personal en beneficio del bienestar colectivo, y no por sujetos que por mantener su bienestar personal son capaces de poner en riesgo la convivencia de la colectividad.