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Las narices anchas o ausentes, los labios gruesos y exagerados o los ojos grandes y abiertos, las caras, en definitiva, son la puerta de entrada a las emociones. Y las emociones son los cancerberos de la supervivencia. En este caso esa emoción que llamamos agresión, sea física o sólo sentida. Lo cierto es que esa reacción emocional nace de la defensa ante la inseguridad de nuestras vidas. Eso se ha grabado en nuestros cerebros desde hace millones de años. Dicho así pareciera que la agresión es una respuesta fija y preprogramada ante todo lo que es extraño y diferente. Y no es así. Hoy sabemos que estas respuestas son modelables por la educación y el entorno social y que en un mundo de interacción constante, en el que se utilizan lenguajes y sentimientos nuevos, se puede alcanzar un reconocimiento sin agresión de lo que es la esencia de lo humano, independientemente de razas y apariencias. Con ello y con el conocimiento de cómo funciona el cerebro, se abre un nuevo ciclo de cultura en nuestro siglo.