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Luchar contra el fascismo en un ejército racista. Esta fue la realidad de los afroamericanos en la contiendaEn la célebre imagen de los seis soldados estadounidenses plantando su bandera en Iwo Jima no hay ningún negro. Tampoco entre las famosas once fotos que tomó Robert Capa durante la primera oleada del desembarco de Normandía. Y no es que no hubiera ningún afroamericano en la lucha: más de un millón sirvieron en el ejército de EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial, pero lo hicieron en un ejército en el que la segregación por razas era tan estricta como en el sur del país.
A la inmensa mayoría de los negros se les destinó a labores esenciales, pero menores: enterraban cadáveres, conducían camiones, reparaban tanques, cocinaban, limpiaban... y los pocos que sí tuvieron la oportunidad de entrar en combate, lo hicieron en unidades donde solo había negros. Del puñado de afroamericanos que alcanzó el grado de oficial, a ninguno se le permitió mandar sobre un blanco, aunque fuera un simple recluta.
EE.UU. luchó una guerra contra los peores regímenes racistas con unas fuerzas armadas en las que el racismo era rampante, y, cuando vencieron, los victoriosos soldados negros que habían devuelto a medio mundo la libertad, regresaron a un país donde seguían siendo ciudadanos de segunda. Y fueron ellos, los veteranos negros de la Segunda Guerra Mundial, los que en buena parte levantaron el movimiento por los derechos civiles que puso fin a la segregación un par de décadas más tarde.
Un ejército blanco antes de Pearl Harbor
Empezando por la misma guerra de Independencia, los afroamericanos han luchado en todas las contiendas en las que ha participado EE.UU. Sin embargo, cuando estalló el conflicto en Europa en 1939, las fuerzas armadas del país eran casi enteramente blancas: apenas el 1% de los militares, unos 4.000, eran negros y solamente 12 habían alcanzado el rango de oficial. El Ejército solo los aceptaba en cuatro de sus unidades, la Armada solo les permitía trabajar en las cocinas y los Marines no tenían un solo soldado negro.
Todo esto empezó a cambiar, como casi siempre, por una mezcla de presión y necesidad. Un año antes del ataque japonés en Pearl Harbor, el gobierno de EE.UU. empezó a organizar un sistema nacional de reclutamiento ante el temor a una guerra. Aunque su propio ministro de Defensa había dicho que "el alistamiento de negros desmoralizará a las unidades y debilitará su efectividad mezclando a blancos y negros", la presión de las organizaciones a favor de los derechos civiles obligó al presidente Roosevelt a llegar a una solución de compromiso.
A principios de 1940 decidió eliminar los límites al número de militares negros y, ante la amenaza de una manifestación masiva en Washington, prohibió por decreto la discriminación racial en la industria de defensa. Sin embargo, las desigualdades más profundas persistían: la segregación se mantenía intacta, con negros y blancos sirviendo en unidades separadas, y los oficiales afroamericanos no podían mandar salvo a otros negros. Cuando se anunció la medida, se especificó que los cambios no pretendían en ningún caso "que se entremezclen reclutas negros y blancos en los mismos regimientos".
Como ha sucedido siempre en la historia de la segregación racial, "separados" es en realidad un eufemismo para decir "discriminados". La gran mayoría de los centros militares de entrenamiento estaban en el Sur, donde se exigía a los reclutas que cumplieran las leyes segregacionistas, pero la discriminación estaba también muy presente en el interior de las propias bases.
Por poner un ejemplo, el sargento afroamericano Henry Jones denunciaba en 1943 que, de las mil butacas del teatro de su base, se permitía a los negros ocupar 20 en la última fila. Tampoco podían usar otros espacios segregados y apenas podían sentarse en un puñado de asientos en el autobús, lo que les obligaba a ir caminando a todos sitios.
Ese racismo tan asentado tenía consecuencias mucho más allá del entrenamiento. Un estudio de la Escuela de Guerra del Ejército de EE. UU. había declarado en 1925 que los soldados afroamericanos eran "descuidados, inestables, irresponsables" y también "inmorales y mentirosos". Con ese pretexto, se les destinaba en la inmensa mayoría de los casos no a unidades de combate, sino a tareas manuales. El mismo informe defendía que los negros "se consideran de forma natural inferiores", y, por tanto, ni siquiera los que alcanzaran el rango de oficial podrían mandar a blancos.
Los héroes negros de la Segunda Guerra Mundial
La realidad se iba a encargar de desmentir todas esas falsedades. Incluso esa gran mayoría que servía en unidades de mucho trabajo y poco prestigio demostró su valía. Los conductores negros de los camiones que formaban el llamado "Expreso de la bola roja" fueron fundamentales para mantener en lucha a los tanques del general Patton a través de Europa. Durante más de ochenta días y en viajes de ida y vuelta de más de cincuenta horas, cruzaron Francia una y otra vez, conduciendo sin faros durante la noche para no dar pistas a los aviones nazis y sorteando las minas como podían.
Los pocos que sí pudieron servir en unidades de combate 100% negras también mostraron lo equivocados que estaban los expertos de la Escuela de Guerra. Los aviadores de Tuskegee, el primer "experimento" militar en que los militares permitieron la formación de pilotos negros, volaron en más de 15.000 misiones escoltando bombarderos y su pericia les valió más de 150 condecoraciones.
Lo mismo se puede decir del Batallón de Tanques 161, que liberó más de treinta ciudades europeas, o del Batallón de Globos Antiaéreos 320, que no salió en las fotos de Robert Capa, pero que sí desembarcó en Normandía y salvó muchas vidas protegiendo de los aviones nazis a las unidades blancas.
A pesar de la férrea segregación que vivieron las Fuerzas Armadas de EE.UU. durante toda la guerra, el alto mando no tuvo más remedio que hacer una pequeña excepción durante unas semanas en 1944. Era un helador 16 de diciembre cuando las tropas nazis aparecieron donde no se las esperaba, en el bosque de las Ardenas, y solo en los primeros 17 días de batalla provocaron más de 40.000 bajas estadounidenses. Ante esa situación de extrema necesidad, Eisenhower y los otros generales decidieron que negros y blancos podían luchar mano a mano.
La "desmoralización" que pronosticaba el ministro de Defensa cuatro años antes no se dio, más bien lo contrario. Los refuerzos afroamericanos fueron fundamentales para alcanzar la victoria, y cuando el alto mando solicitó voluntarios negros para aceptar misiones en combate, más de 4.500 se ofrecieron.
Aunque la famosa serie Hermanos de sangre se centra en la gesta de la 101 Aerotransportada en las Ardenas, fue el general en jefe de esa división el que recomendó que se condecorara al batallón negro 969, que se convirtió en la primera unidad afroamericana de combate en recibir una distinción.