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Troy
1 de mayo de 1387, 15:13 horas.
Hoy cumplo dieciséis
años. Es fácil recordar esta fecha para un cumpleaños,
el primero de mayo. Ni siquiera Daddy podrá olvidarla jamás.
"Happy birthday, Troy".
Dieciséis
años dentro de tres horas, dos minutos y treinta y ocho segundos,
exactamente.
Es hoy cuando pronunciarán
la sentencia.
Por el momento,
sólo tengo quince años, once meses, treinta días,
veinte horas, cincuenta y siete minutos y veintidós segundos. ¿vendrán
por mi en cuanto tomen la decisión?
¿Me matarán
sin más, enseguida?
Oigo un ruido, suena
clac-clac-clac, no se para nunca. Son mis dientes que rechinan. Tengo miedo.
Troy tiene miedo.
El jurado se pronuncia.
Hoy. El jurado está pronunciándose. Eso se llama deliberar.
Están decidiendo la suerte de Troy Dugar. Vida o muerte.
En el corredor,
a mediodía, como de costumbre, el carro de la comida chirría.
Es el único
ruido de la mañana.
Junto con la bandeja,
la noticia se ha deslizado por la abertura. La bandeja es rectangular,
de aluminio, con varios huecos, uno para el maíz, otro para el plato
de judías y otro para la carne hervida. El hermano negro que trae
la comida se había aprendido de memoria la noticia del periódico.
Pegando la boca al agujero, la recitó a toda prisa:
"Encarcelado en
Angola, Luisiana, una de las prisiones más grandes de los Estados
Unidos, Troy Dugar será juzgado hoy por el asesinato de un blanco,
Donald Rogers, de treinta y un años de edad. Si el jurado se pronuncia
a favor de la pena de muere, el joven criminal se convertirá en
el condenado a muere más joven del Estado."
No ha dicho nada
más. Después se ha hecho el silencio, que ha caído
como una losa.
Y el hermano ha arrastrado
el carro por el suelo de baldosas, y las ruedas han chirriado.
He oído el
ruido de sus chanclas alejándose. Se ha parado delante de otra celda.
Ha deslizado la bandeja murmurando, más deprisa todavía,
sin mover los labios, como se aprende a hacerlo aquí. Y después
en otra, y luego en otra. Y en todas las rejas ha dicho: ¡Troy Dugar
va a ser condenado a vivir o a morir! Y las palabras se han quedado pegadas
a las rejas del corredor. Las palabras del periódico. Las que hablan
del asesino más joven del Estado.
No se oye ni un ruido,
el silencio me envuelve como un sudario. Tan grueso y tan gris como los
muros. Sólo los segundos pasan.
Cuando esté
muerto, ¿tendré un ataúd? ¿Cómo será
eso de dejar de estar vivo? ¿Te apagarás? ¡Aunque seguro
que te ahogas ahí dentro, entre las tablas de madera!
¿Y si tiran
mi cuerpo en una fosa, en la tierra directamente? Entonces los gusanos
podrán dedicarse a su maldita danza...
[...]
¡Lo llevas
crudo, amigo mío! ¡De ésta no te escapas! La inyección
te entrará por la vena, para traerte el sueño eterno. Está
unida a un tubo, y el tubo a la máquina de la muerte, la que contiene
el veneno, el "lethal". Cuando el proceso se ponga en marcha, no se podrá
parar. Y entonces, adiós, Troy.
Mis manos no se
ríen nunca. Tan sólo intentan agarrarse a la luz que corre
por el corredor como una fuente. Al final están mis brazos. Allí
es donde clavan la aguja, en la vena.
Siempre he tenido
miedo de las agujas, nunca me he pinchado. Nunca he probado el caballo.
Por eso prefería tomar "guarrerías", anfetas, crack, pegamento,
pero nada de jaco. Así que la aguja, la que te mata, me pone la
piel de gallina. Yo esnifaba el crack con una lata. Los medicamentos, siempre
de tomar. Como Daddy y Mam, como les veía hacer a ellos. Un día
hice como ellos, y ya está.
Yo era pequeño. Me picaba la nariz... Después, no me volvió a picar, se convirtió en una costumbre... Una cosa que haces maquinalmente, sin pensarlo. Sólo porque sientes la necesidad.
Aquí, en Angola,
he echado de menos colocarme. ¡Yo no sabía que estaba enganchado!
Me lo habían dicho. Yo siempre le decía a James: "¡No
soy un drogota! ¡Cuando quiera lo dejo!" Pero, en cuanto me encerraron,
en cuanto dejé de tener, empecé a tener frío. ¡Qué
desastre! Le supliqué al guardián que me pasara algo. Aunque
fuera sólo una vez. Para sentirme un poco mejor. o por lo menos
unas pastillas para acabar con el sufrimiento. El pig* no me dio nada.
Pasé días y días dándome golpes, golpeando
la cabeza contra los barrotes. Quería acabar con ello, matar el
mono.
Y luego aparecieron
los gusanos. Después, no recuerdo más.
Todavía las
dos y diez.
No hay sólo la inyección de "lethal". Tienen otros medios para que mueras. Un viejo cacharro que todavía funciona: la silla eléctrica. ¡Oh, Dios, eso me da todavía más miedo que la inyección! Ya he recibido una descarga, cuando era pequeño. ¡Metí el dedo en un enchufe! ¡Fue horrible! ¡Creí que el corazón me iba a estallar!
Pero, en Angola,
la descarga es definitiva, no hay ninguna posibilidad de escapar. La prisión
tiene su propio generador. Nunca se avería. No hay esperanza.
El tartamudo te
ata a la maldita silla. Es de color amarillo limón, y tiene la silueta
del condenado pintada en negro. También la cabeza está dibujada.
Y las correas para cada parte del cuerpo salen de los reposabrazos, como
si fueran serpientes. Te atan a ella. Te sujetan entre tres, por lo menos.
No puedes hacer nada. Eso te aprieta, te ahoga. Hasta la cabeza está
atada. Y de repente, sin decir allá va, te sueltan el chispazo.
Un rayo te abrasa
el cuerpo, lo consume.
La corriente atraviesa
las ciento sesenta libras de Troy. . .
¿Me dolerá?
¿Olerá como a cerdo asado después? ¿Seguirán
siendo negras mis manos después, o se pondrán de color rosa,
por dentro y por fuera? ¿Y la cara?
¡Tengo miedo!
¡Qué miedo tengo!
Debe de doler eso
de morir así.
Aunque me muero
un poco todos los días, acechando los ruidos, los preparativos del
"instante final", sigo estando un poco vivo. Y además, a veces,
tengo esperanza.
Me van a soltar,
Daddy va a venir. Vamos a volver a casa.
En fin, un día,
llega la hora. Te llevan, te encierran en una sala de espera completamente
enrejada. Una jaula.
Estas horas que aguardas en la sala de espera son para que te entre bien
en la cabeza que vas a morir. Y la electrocución tiene lugar.
Los espectadores
miran por los cristales. Los espectadores, los que se sientan en el puesto
de observación, contiguo a la sala de ejecuciones.
Están allí
para comprobar que el chico ha sido correctamente electrocutado o envenenado.
Están sentados en sillas clavadas al suelo, por si acaso quisieran
llevárselas.
Pero ellos no son
delincuentes, no están atados. Simplemente miran. El juez, el fiscal
del distrito, el fiscal, el que solicita la pena, el doctor, el ingeniero
que dirige la máquina, y algunos más, miran. Sentados unos
junto a otros, en dos filas de sillas. Miran a Troy morir. Y luego Troy,
calcinado, inmóvil. Troy con los ojos cerrados, Troy convertido
en cosa.
* pig: cerdo; guardia, en el argot de la cárcel.
[...]
Epílogo
La pena fue pronunciada
oficialmente por el juez el 14 de mayo de 1987.
Troy Dugar, de raza
negra, habiendo asesinado a la edad de quince años y siete meses
a Donald Rogers, un blanco de treinta y un años, y no habiendo aportado
ningún esclarecimiento sobre los móviles del crimen, es condenado
a muerte por unanimidad el 1 de mayo, día en que cumple los dieciséis
años.
Una cuestión
importante, el robo de tres dólares, negado por el acusado, pero
denunciado por el principal testigo de la acusación, James Moore,
de catorce años, no ha sido aclarada. Ahora bien, el homicidio con
robo es un crimen merecedor de la pena de muerte en Luisiana.
Tras un intento
de suicidio, preso de violentas alucinaciones, el condenado ha sido admitido
en el hospital psiquiátrico. El informe de los expertos hace la
siguiente sugerencia: "Tras graves desórdenes psíquicos,
el detenido se confiesa peligroso para sí mismo. Utilícense
cuatro correas de cuero."
En 1988, un nuevo
examen psiquiátrico, esta vez realizado por el doctor Howard Albrecht,
psicólogo, da cuenta de la esquizofrenia que el joven condenado
sufre desde la infancia.
En esta misma fecha,
un nuevo abogado, Clive Stafford Smith, insiste en que su cliente era todavía
un niño en el momento de los hechos.
Habida cuenta de
este "nuevo elementos", la Corte Suprema de Luisiana se reúne para
una audiencia, tras la cual, el tribunal, considerando que Troy Dugar "no
es competente para interponer recurso", lo devuelve al corredor de la muerte.
En mayo de 1993,
la pena de muerte de Troy fue conmutada por cadena perpetua. Desde esa
fecha, su abogado continúa intentando conseguir que Troy sea internado
en un hospital psiquiátrico.