Pena de muerte | > Índice de textos sobre la pena de muerte |
Si la fístula hubiera gangrenado el rectum del cardenal de Richelieu algunos meses más pronto, De Thou, Cin-Mars y otros, hubieran quedado en libertad. Si Barnevel hubiera tenido por jueces tantos arministas como gomaristas, hubiera muerto en su lecho. Si el condestable Luynes no hubiera pedido la confiscación de la mariscala d'Ancre, no la hubieran quemado como hechicera. Cuando prenden al hombre que realmente es criminal y cuyo crimen está probado, puede asegurarse que en cualquier tiempo y cualquiera jueces que le juzguen, llegará un día en que será sentenciado; pero no sucede lo mismo con los hombres de Estado; sustituid sus jueces por otros, o esperad que los tiempos cambien, que las pasiones se apacigüen y salvarán la vida.
Suponed que la reina Elisabeth muere de indigestión la víspera de sentenciar a muerte a María Estuardo: si hubiera sucedido esa hipótesis, María Estuardo hubiera continuado sentada en el trono de Escocia, de Inglaterra y de Irlanda, en vez de morir en un cadalso por mano del verdugo. Si Cromwell hubiera adquirido una enfermedad durante el proceso de Carlos I, nadie se hubiera atrevido a decapitar a este monarca. Esos dos asesinatos, revestidos no sé cómo con la forma de las leyes, no pueden incluirse en la lista de las injusticias ordinarias; pero los fallos ordinarios que pronuncian jefes competentes contra príncipes o contra grandes personajes, no hay uno solo que se hubiera ejecutado, ni aun extendido, si hubieran podido escogerse la época y las circunstancias. Ni uno solo de los sentenciados que se inmolaron en la época del cardenal de Richelieu, hubiera dejado de alcanzar influencia, si sus procesos hubieran podido alargarse hasta la regencia de Ana de Austria. Prenden al príncipe de Conde durante el reinado de Francisco II; los comisarios le sentencian a muerte; pero Francisco II muere, y el príncipe de Conde vuelve a ser un hombre poderoso.
Pueden presentarse muchos ejemplos de esta clase, en los que hay que tener siempre presente el espíritu de los tiempos. Por una acusación vaga de ateísmo murió Vanini en la hoguera; si hoy hubiera alguien bastante pedante y bastante tonto que escribiera los libros de Vanini, nadie los leería; pero el hecho no tendría más consecuencias.
Un español pasó por Ginebra a mitad del siglo XVI. Juan Calvino averigua que ese español se aloja en una hospedería, y recuerda que estuvo disputando con él sobre una materia que ni uno ni otro entendían. El teólogo Juan Calvino hace prender al viajero, faltando a las leyes divinas y humanas; consigue que le encierren en un calabozo y que lo quemen a fuego lento con leña verde, con la idea de que el suplicio dure más tiempo. Esa maniobra infernal no pasaría hoy por la imaginación de nadie; si Miguel Servet hubiera venido al mundo en tiempos posteriores, nadie le hubiera perseguido.
Lo que se llama justicia, es, pues, tan arbitrario como las modas; los hombres pasan por épocas de horrores y de locura, como pasan por épocas de peste; y este contagio da la vuelta al mundo.