Pena de muerte | > Índice de textos sobre la pena de muerte |
Desde el amanecer de la civilización, cientos de miles de hombres y mujeres han pagado con su vida una amplia gama de transgresiones tanto públicas como privadas.
Originalmente, las personas se protegían a si mismas y defendían sus posesiones por la fuerza bruta e implacable. El homicidio, como instrumento de ajuste de cuentas --"la justicia salvaje", según Francis Bacon--, formaba parte integrante de un orden social basado en la autodefensa y la revancha. Una vez que surgió la idea del Estado, los ajusticiamientos pasaron de manos de los ofendidos o de los "jueces autonombrados", a la autoridad colectiva. Durante los siglos posteriores, todo fallo o delito considerado grave, de acuerdo con las normas culturales de la época, fue castigado sin reservas con la muerte.
La historia de la pena de muerte es horripilante. El ingenio del ser humano para hacer sufrir a sus semejantes nunca ha sido mejor demostrado que en los métodos de ejecución. Las muertes eran intencionadamente crueles y planeadas con el fin de prolongar la agonía del reo lo más posible. Estos espectáculos barbáricos suponían un reflejo aterrador de la venganza pública, reivindicada unánimemente tanto por el clero como por las autoridades laicas hasta finales del siglo XIX.
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Creo que, más que la idea de justicia, más que el hipotético valor utilitario de su efecto disuasorio, o que su atractivo como espectáculo, la supervivencia de la pena de muerte a través de los siglos ha estado alimentada, sobre todo, por la necesidad ancestral de revancha, por el deseo colectivo de tomar represalias, por el ansia de que el criminal se lleve su merecido y, en definitiva, por el impulso incontenible de vengarnos.
La venganza es un sentimiento universal y eminentemente humano que posee la intensidad de una pasión, la fuerza irreflexiva de un instinto y la compulsión de un reflejo. De hecho, bastantes hombres y mujeres, aun a costa de enormes rivaciones, dedican toda su existencia a satisfacer, con una vehemencia escalofriante, su "sed de venganza". Algunos dan la vida en este empeño. Sin embargo, a pesar de su universalidad, la venganza es una reliquia primitiva e irracional, que mina la convivencia social.
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A lo largo de la historia, quitar la vida a otro ser humano ha sido considerado el acto supremo de venganza, pues termina irreversiblemente con el criminal, cancela su deuda con la sociedad y anula mágicamente la ofensa. Quizá sea el seductor "ojo por ojo" el motivo por el que tantos representantes del pueblo, en todo el mundo, todavía abrazan la pena de muerte y glorifican "la política de coliseo romano" a la hora de abordar el intrincado problema del crimen y el castigo.
Pienso que, en el fondo, la pena de muerte, más que un asunto de urnas o de tribunales, es una cuestión profundamente personal. Un dilema humano que no será resuelto mientras, impulsados por la venganza, persigamos la aniquilación de quienes quebrantan nuestras vidas, y optemos, aun perdiendo parte de nuestra humanidad, por desquitarnos y saldar las cuentas con los criminales sociópatas adoptando una versión aproximada de sus tácticas.