Pena de muerte | > Índice de textos sobre la pena de muerte |
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Volvióle a la razón momentáneamente la entrada del portero, que traía en las manos dos cajas cuadrilongas. Eran los instrumentos, que se custodian en la Audiencia, en un cuchitril oscuro, escondidos como si fuesen la prueba de un crimen, hasta que, la visera de la ejecución, los recoge el verdugo para adaptarlos al palo...
Depositó el portero las cajas sobre la mesa, no sin cierta visible repugnancia, y Juan Rojo, sereno ya en apariencia, serio y poseído de su papel, se aproximó y alzó la tapa, a fin de reconocer el contenido.
Debajo de paños empapados en aceite, reluciente y limpio como si se acabase de frotar, apareció uno de los dos garrotes: cabalmente el modificado con arreglo a las indicaciones de Rojo. Tiene este artefacto de muerte, que la produce a la vez por estrangulacián y por asfixia, el defecto de que en ocasiones retrocede el eje de hierro donde empalma la cigüeña, y no logrando el torniquete destrozar con la rapidez necesaria las vértebras cervicales y reducir el pescuezo al diámetro de un papel, puede la agonía de la víctima prolongarse un espacio de tiempo en que cabe un infinito de horror. No tanto por esta consideración como por miedo a un fracaso y a una grita, Juan Rojo había discurrido sujetar la uña que afianza la palanca o cigüeña de un modo ingenioso y seguro, y se envanecía de su obra. Aquel perfeccionado garrote fué el primero que registró... Después examinó el segundo, cerciorándose de que giraban bien ambos, y cerrando las cajas y envolviéndolas en roto paño de sarga negra, las ocultó bajo la capa, sin decir palabra al portero, que tampoco parecía demasiado locuaz. Viendo que Rojo cargaba con sus prendas, tosió el vejete, gargajeó, dió vuelta a la llave del gas y, tomando otra vez su reverbero ahumado, guió silenciosamente hacia la puerta. Hasta que Rojo transpuso el umbral, no le dijo en tono más irónico que amistoso:
--Vaya, abur... Tiento en las manos. ¡Y que aproveche!