Dereck
Betley tenía 19 años y una edad mental de 11 cuando le ahorcaron
en Gran Bretaña acusado del asesinato de un policía. Al alba,
cuando la trampilla se abrió bajo sus pies, su madre puso en la
nevera una botella de champán. Dijo que la descorcharía el
día que probase la inocencia de su hijo. La madre falleció
cuando las sospechas del error judicial eran consistentes pero aún
no estaban confirmadas. La hermana del ahorcado cogió el testigo
de la madre, y la botella de champán paso a su nevera. En 1993,
a los 40 años de ser ejecutado, Dereck Betley obtuvo el perdón
póstumo del Gobierno británico, que reconoció haber
cometido un error judicial. La hermana sacó la botella de champán
de la nevera y pronunció la frase más dura que puede decirse
sobre una ejecución reconocida como errónea: "A Dereck no
le sirve de nada el perdón póstumo". La absolución
de Martínez debería hacer reflexionar a los españoles
partidarios de la pena de muerte sobre lo irreversible de un error judicial.
En los cementerios hay muchos Dereck Betley. Martínez pudo ser uno
de ellos. Solamente por la posibilidad de ejecutar por error a un inocente
es por lo que la pena capital ya es un crimen