Pena de muerte | > Índice de textos sobre la pena de muerte |
Fue a visitarle. Caminaron durante una hora por su pequeño huerto, hablaron de plantas y de hortalizas. Entonces apareció la otra hija de aquel hombre. Salía de la casa cuando encontró allí a Bud. Su padre le explicó quién era, por qué había ido a visitarles, y la chica sólo supo abrazarle, abrazarle y llorar. A él todavía le tiembla el alma cuando recuerda aquel abrazo, aquel dolor compartido. Entonces las emociones se le enredan en el cuello, estrangulando las palabras. Por eso Bud se toma un momento, respira, mira a los niños que juegan afuera. Y podría parecer que piensa en ellos cuando dice, porque lo dice mirándoles, que la pena de muerte multiplica el número de víctimas. Por eso él, desde aquel abrazo, camina los Estados, los debates y las universidades. Para contar su caso y exigir que no se mate, al menos no en su nombre, no en el nombre de las víctimas, ni en el de sus familiares. Y lo hace con su carpeta azul agarrada, que contiene de verdad su vida entera. De ella saca fotografías de su hija, y mostrándoselas a los reunidos la hace otra vez joven, otra vez hermosa.