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Muhammad Asghar, un ciudadano británico de Edimburgo, fue detenido en 2010 a raíz de las cartas que escribió a un abogado y político paquistaní en las que se presentaba como profeta. La firma de abogados que asumió al principio su defensa comprobó que Asghar había sido detenido hace años en el Reino Unido por su extraño comportamiento, y fue exculpado cuando se le diagnosticó una esquizofrenia paranoica.
El juicio por blasfemia celebrado en la ciudad de Rawalpindi, cercana a Islamabad, estuvo repleta de irregularidades: el juez no permitió la presencia de la defensa en las deliberaciones finales, y no se tuvo en cuenta el historial médico de Asghar.
Según recoge Reuters, la denuncia fue presentada en un primer momento por un arrendatario de Muhammad Asghar, al que este pretendía desalojar de su propiedad. Las ONG de derechos humanos señalan que, detrás de muchos de los casos de denuncia por blasfemia, existen con frecuencia intereses económicos o rivalidades familiares.
La escandalosa realidad
de las condenas por blasfemia en Pakistán estalló con fuerza
en 2010, tras la sentencia de muerte contra Asia Bibi, una católica
paquistaní que en el momento de su detención tenía
45 años y cinco hijos. Asia Bibi cometió la «falta»
de beber del agua de la misma vasija utilizada por otras jornaleras musulmanas,
que le acusaron de insultos al profeta Mahoma. Pese a las promesas de indulto
por parte del gobierno paquistaní -y el asesinato de dos personalidades
públicas que salieron en apoyo de la detenida- Asia Bibi sigue encarcelada
y se mantiene su condena a muerte en la horca.