Pena de muerte | > Índice de textos sobre la pena de muerte |
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-¡Naturalmente! ¡Naturalmente! ¡Un suplicio como este! El condenado era un hombre inteligente, sereno fuerte, entrado en años, de apellido Legros. Y lo que le digo a usted, créalo o no, es que lloraba cuando subía al patíbulo y estaba blanco como el papel. ¿Es posible tal cosa? ¿No es eso horrible? A ver, ¿quién llora de terror? Yo nunca hubiera creído que un hombre hecho y derecho pudiera llorar de terror; y no digo un niño, sino un hombre que nunca antes había llorado, un hombre de cuarenta y cinco años. ¿Qué le sucede en ese momento al alma?¿A qué convulsiones llega? ¡Es un insulto al alma, ni más ni menos! Está escrito: "No matarás". ¿Quiere eso decir que porque ha matado hay que matarle a él? No; eso no está permitido. Hace ya un mes que lo vi y es como si lo tuviera delante de los ojos. He soñado con ello cinco veces.
[...]
-Lo bueno es que
apenas se sufre cuando la cabeza sale volando.
-¿Sabe usted?
-prosiguió el príncipe acalorado- acaba usted de hacer ese
comentario y hay mucha gente que piensa lo mismo que usted, por esto se
ha inventado la máquina, la guillotina. Pero a mí se me ha
ocurrido una idea: ¿y si eso es peor todavía? Eso le parecerá
a usted ridículo, absurdo, y sin embargo con un poco de imaginación
puede ocurrírsele a uno esa idea. Piense usted, por ejemplo, en
el tormento. En él hay dolor físico, heridas, tortura corporal,
y todo eso desvía al espíritu del sufrimiento espiritual,
de modo que se sufre solo de las heridas hasta el instante mismo de la
muerte. Ahora bien, el dolor principal, el más agudo, puede que
resulte no de las heridas, sino del hecho seguro de que dentro de una hora
, luego dentro de diez minutos, luego dentro de medio minuto, luego ahora
mismo, tu alma saldrá volando de tu cuerpo, y ya no serás
un ser humano, y que todo eso es cierto. En el momento en que pones la
cabeza bajo la cuchilla y oyes cómo se desliza hacia tu cabeza,
ese cuarto de segundo es el más horrible. Tenga usted en cuenta
que eso no es sólo mi imaginación, que otras muchas personas
han dicho lo mismo. Y lo creo tanto que voy a decirle a usted cuál
es mi opinión. Matar a quien ha cometido un asesinato es un castigo
incomparablemente peor que el asesinato mismo. El asesinato a consecuencia
de una sentencia es infinitamente peor que el asesinato cometido por un
bandido. Un hombre que es asesinado por unos bandidos de noche, en un bosque,
o algo por el estilo, tiene hasta el último momento la esperanza
de salvarse. Ha habido casos en que a un hombre a quien le han cortado
el cuello tiene esperanzas todavía, o sale corriendo, o pide que
se apiaden de él. Pero en este otro caso, por el contrario, esa
última esperanza, que permite que la muerte sea diez veces menos
penosa, es eliminada con toda certeza: la sentencia está ahí,
y la horrible tortura está en que sabes con certeza que no te escaparás,
y no hay en este mundo tortura más grande que esa. Lleve a un soldado
a una batalla, póngale delante de un cañón y dispare,
él seguirá teniendo esperanza; pero si a ese mismo soldado
se le lee una sentencia de muerte cierta, se volverá loco o romperá
a llorar. ¿Quién dice que la naturaleza humana puede soportar
esto sin perder la razón? ¿A qué viene tamaña
afrenta, cruel, obscena, innecesaria e inútil? Quizá exista
un hombre a quien se le ha leido una sentencia de muerte, se le ha dado
tiempo para meditar esa tortura y se le ha dicho de pronto: ¡Hala,
vete, se te perdona! Quizá un hombre como ése pueda hablar
de ello. De una tortura y de un horror como ése habló Cristo.
¡No, no se debe tratar a un hombre de ese modo!