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Somos una especie que prima el cuidado de los hijos. La evolución nos ha seleccionado por ser extremadamente cuidadosos con ellos, sean nuestros o no (por ejemplo, tenemos circuitos cerebrales encargados de asegurar la conducta maternal y paternal, la monogamia, la sociabilidad y el freno de las conductas lesivas hacia los más pequeños). El objetivo es asegurar su supervivencia.Pero el gran número de casos de maltrato infantil en todas sus variantes y en prácticamente todos los países y grupos sociales indica que el extraordinario equilibrio protector es frágil y que para que se manifieste y se mantenga deben darse las condiciones óptimas.
Los observatorios de los países más avanzados en el estudio del maltrato infantil insisten en que los esfuerzos no sólo deben ir encaminados al seguimiento de los casos una vez detectados, sino además a estudiar científicamente a las familias problemáticas y a sus individuos, y a integrar los datos disponibles en forma de herramientas de detección ágil para el uso de los profesionales que trabajan en los sistemas de salud, en las escuelas o en los cuerpos de seguridad. En algunos estudios publicados en revistas internacionales se ha comprobado con estupefacción que la casi totalidad de las personas que habían matado a un hijo suyo habían consultado antes a algún profesional de la salud, en su mayoría por preocupación sobre su propio estado mental directa o indirectamente relacionado con la tendencia a la violencia, y lo que es peor, ninguno de ellos había recibido tratamiento.
Los factores de riesgo para cometer maltrato infantil son:
1) Socioculturales: patrones culturales y educativos de crianza que legitiman el derecho a emplear el castigo físico para educar; tradiciones que justifican con algún objetivo lesionar a los hijos.
2) Socieconómicos: desempleo, bajos ingresos, inestabilidad laboral, excesiva carga horaria; vivienda inadecuada, hacinamiento, malas condiciones de habitabilidad, necesidades básicas insuficientes; marginalidad, inmigración no integrada; excesiva exposición a medios de comunicación que refuerzan las actitudes violentas para la resolución de problemas.
3) Familiares: viviendas compartidas con otros familiares y con personas no emparentadas (el riesgo de sufrir maltratos aumenta cincuenta veces cuando se convive con una persona no emparentada, en la mayoría de los casos una nueva pareja masculina de la madre). En cambio las familias monoparentales no tienen un mayor riesgo de violencia; padres adolescentes; cambios en la organización jerárquica de la familia; malas relaciones entre los miembros de la familia; pocas relaciones e intercambios sociales entre la familia y el entorno; mala relación de pareja; inexistencia de límites o reglas familiares de convivencia.
4) De la víctima: tener menos de un año (a partir de los 5 años disminuye proporcionalmente el riesgo de maltrato físico pero pueden persistir otras formas de violencia); ser hijo varón (los niños son ligeramente más maltratados que las niñas, sobre todo físicamente); ser un hijo no deseado, prematuro, afectado de una discapacidad o enfermedad crónica psiquiátrica o no psiquiátrica, niños hiperactivos, o con bajo rendimiento escolar.
5) De los maltratadores: ser varón (los padres biológicos más que las madres son en número absoluto los principales causantes de maltratos); padecer un trastorno mental (en un 30%-60% de los casos o más -hasta un 80% de los casos según el estudio- puede detectarse un trastorno mental de los llamados comunes, el más frecuente es el trastorno depresivo; también se asocian las esquizofrenias, otros síntomas psicóticos, los trastornos de personalidad y el abuso o la adicción al alcohol y a otras drogas); haber observado violencia en la familia de origen o haber recibido maltratos; inexperiencia en la crianza.
El maltrato infantil es multicausal, no hay un sólo motivo que explique por sí solo la violencia. A más factores de riesgo, más probabilidad de cometer violencia contra los hijos. Sin embargo, un rasgo común a los maltratadores es su incapacidad para reducir sus estados de ánimo o reacciones emocionales negativos y controlar que no acaben en agresión. Ése es uno de los núcleos del problema.
Otro dato interesante es que la violencia doméstica y el maltrato infantil son síntomas de un mismo espectro de problemas. Aunque hasta ahora se habían tendido a estudiar separadamente, todo apunta a que un tipo de violencia conlleva un mayor riesgo (el doble aproximadamente) para acometer el otro tipo y que existen algunas familias de multirriesgo en las que se dan las dos clases de agresión.