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Han pasado 40 años, pero el sonido de las cuchillas aún repiquetea en la cabeza de Asha. Era solo una niña cuando su madre la mandó a comprarlas el día de su "purificación", en un pueblo fronterizo entre Kenia y Etiopía. "Estaba feliz porque creía que iba a ser algo bonito. Pensé que mi vida cambiaría para mejor. Solo tenía cinco años", explica. Pero lo que aguardaba a Asha no era bonito, sino una pesadilla. La misma por la que pasan tres millones de niñas y adolescentes cada año en el mundo. La misma por la que han pasado las 140 millones de mujeres de todos los rincones del planeta que tienen sus genitales mutilados, según la Organización Mundial de la Salud.Al principio, Asha no entendía lo que iba a pasar. Se vio junto a su madre y una mujer mayor en la cocina de su abuela. En el suelo de barro, había un agujero cubierto con un trapo, y sobre él la tendieron y la inmovilizaron mientras su abuela la obligaba a abrir las piernas. Y allí, sin médico, ni enfermera ni ningún tipo de anestesia, la vieja curandera la mutiló de por vida con el peor método de los cuatro que se practican: la infibulación.
"Es el más lesivo de todos, también lo llaman circuncisión faraónica". Consiste en extirpar completamente el clítoris, cortar los labios mayores y menores y luego coserlo, cerrando la vagina mediante sutura casi por completo. "Me dejaron un agujero del tamaño de una cerilla para poder hacer las necesidades".
"El dolor que sentí fue tan intenso que aún hoy no lo puedo describir. Intenté gritar con todas mis fuerzas, pero no pude porque me metieron un trapo en la boca. Donde vivía era vergonzoso oír los gritos, una mujer no debe enseñar su dolor", cuenta esta somalí."A día de hoy no puedo coser ni un botón, soy incapaz de ver una aguja".
Un mes sentada atada de pies a cintura
"Lo más horroroso", en cambio, vino después. Tuvo que pasar un mes sentada y atada de los dedos de los pies a la cintura para que la infibulación cicatrizara bien. "El pis solo salía a pequeñas gotas, el dolor era terrible (...) ¿Por qué mi madre me hizo eso?, me pregunté. Asha aún se emociona cuando recuerda aquel calvario, pero no juzga a su progenitora ni habla desde el rencor. "Mi madre consideraba que cumplía con su deber, que no era otro que asegurarse de que llegaba virgen al matrimonio. Solo así podría caminar con la cabeza alta entre su gente".
Luego vino la menstruación y, con ella, otro infierno de dolores, infecciones, fiebre, vómitos..."El médico dijo que había que abrir para que pudiera fluir la sangre, pero mi madre se negó. Y entonces me dije que si alguna vez tenía una hija, nunca la haría pasar por eso. Y cuando creía que nada podía ir a peor, llegó un matrimonio forzoso con un hombre mucho mayor. "Se supone que tras la boda, el hombre te tiene que abrir. Muchas mujeres han muerto en su noche de bodas. Mi marido llamó a una señora que me cortara la cicatriz y luego gozó repetidamente para que no se cerrara. Yo me quería morir, pero él sentía muy macho y poderoso".
Aquella fue la última vez que la tocó. Se negó a volver a abrir las piernas, con lo que aquella carnicería se cerró de nuevo. Nunca más volvió a hacer vida de casada con su marido, pero el destino quiso que esa noche de tormento quedara embarazada. "Cuando vino la niña no me dio tiempo a llegar al hospital. Di a luz en la parte de atrás de un taxi, y al tenerlo todo cerrado, me destrozó. El desgarro del periné fue total: de nuevo sutura y reconstrucción. "Al ver a mi hija lloré. ¿Por qué ha tenido que nacer en esta sociedad", se preguntó Asha.
La información y la educación, claves
Llegados a este punto, Asha tiene que parar porque se emociona. "Desde ese momento mi única obsesión fue protegerla. No sabía cómo, pero lo iba a hacer", continúa. Entonces se divorció, volvió con su hija a casa de sus padres y empezó su lucha para explicar a su entorno que no tenían por qué hacer eso a sus hijas. "La educación es un arma muy importante para defender tu vida y tus derechos. Tenía que informarles, que explicarles que ninguna religión dice que haya que hacer eso. Si Dios no quiere que tengamos clítoris, ¿por qué nos lo dio?".
En su pueblo, hay un grupo de mujeres a las que llaman "las niñas de Asha". Son todas aquellas hijas de primas, amigas y vecinas a las que logró salvar de la mutilación. Y lo hizo a través de la palabra y la concienciación. Por eso, cuando se casó con un español y vino a España en 2001, decidió fundar la ONG Save a Girl Save a Generation (salva a una niña, salva a una generación). Desde allí, con la ayuda de otras mujeres "a las que se les negó el derecho a defender sus derechos desde niñas", intenta luchar contra la ablación femenina, la explotación a menores, el matrimonio forzado y contra cualquier forma de maltrato a la mujer.
10.000 niñas en riesgo en España
"En muchos países (a día de hoy, más de 20) dicen que lo han prohibido legalmente, pero se sigue practicando en la clandestinidad, en las peores condiciones y con el riesgo que supone". Es el caso de Kenia y de otros muchos países africanos, donde la mutilación genital ha sido prohibida por ley, pero se trata de una costumbre cultural fuertemente anclada en la sociedad, por lo que la erradicación aún queda lejos. En Asia está presente en prácticamente todos los países árabes del continente, y el aumento de la inmigración ha llevado esta práctica a Europa, donde unas 500.000 niñas están en situación de riesgo, 10.000 de ellas en España. 6.000 mueren al día en todo el mundo por esta práctica.
"Hay un problema de concienciación, la ley no es suficiente. Aquí en España no se hace ningún seguimiento. Pediatras y ginecólogos deberían estar preparados para vigilar a las inmigrantes procedentes de países de riesgo. Habría que alertar y hablar con ellas en cuanto llegan aquí, porque la que quiere mutilar, va a su país, mutila, y luego vuelve".
Asha, como muchas otras, siguió adelante con su vida. "Cuando conocí a mi marido, con amor y mucha paciencia, logré reactivarme como mujer". "Llegué a sentir algo de placer, claro que nunca sabré cómo siente una mujer no mutilada". Actualmente está divorciada, y aunque a sus 45 años aún es una mujer joven, ni se imagina volver a estar con alguien. "No estoy dispuesta a experimentar".