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En las familias donde hay mujeres maltratadas siempre hay niños maltratados.El maltrato de criaturas es una de esas formas de violencia que la sociedad llama «increíble». Las personas que son padres se resisten a creer que alguien pueda tratar con crueldad y ensañamiento a sus propios hijos. Mientras que quienes se identifican con los pequeños se preguntan conmovidos cómo un ser humano conscientemente puede hacer sufrir a una criatura. La suposición inmediata es que los verdugos son individuos obnubilados por la enajenación mental, por las drogas, o abrumados por el estrés, la ignorancia y la penuria.
La realidad, sin embargo, es que la explotación de los niños no tiene fronteras de estados mentales ni de clases sociales. Lo que sucede es que los casos registrados en hogares pobres o a manos de enfermos mentales suelen salir a la luz pública más frecuentemente. Los malos tratos a niños de familias «normales», de clase media o alta, tienden a pasar más desapercibidos, acontecen a puerta cerrada, a escondidas, y a menudo no se descubren durante largos períodos de tiempo.
Entre las agresiones brutales se encuentra todo un abanico de torturas, desde daños sutilmente disimulados hasta la crueldad más flagrante y grotesca que desafía las peores pesadillas. En estas orgías desenfrenadas de odio en la intimidad, adultos impulsados por una fuerza maligna, golpean, muerden, azotan, ahogan, queman, desgarran o, sin más, matan de hambre a criaturas indefensas.
Una característica patética de estos niños maltratados es que suelen ser llevados repetidamente a diferentes salas de urgencias por sus agresores mostrando contusiones, fracturas, quemaduras y heridas parecidas. Con el tiempo, sin embargo, muchos dejan de ser atendidos en hospitales, unos porque los padres tratan de evitar levantar sospechas, otros porque finalmente mueren.
Otra peculiaridad de estos casos de abuso infantil son las explicaciones engañosas e inverosímiles que ofrecen los verdugos cuando se les pregunta sobre el origen de las graves lesiones de los pequeños: «se cayó de la cama», «su hermanito le pegó» o cosas por el estilo.
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Los malos tratos de niños están estadísticamente relacionados con factores de riesgo como los conflictos violentos en la pareja, el desempleo crónico, el abuso de drogas o de alcohol, los embarazos indeseados, y las enfermedades físicas y emocionales crónicas de los pequeños. Sin embargo, no cabe admitir una relación causa-efecto entre todos estos condicionantes y la violencia, pues una mayoría de padres afligidos por problemas sociales y económicos provee a sus hijos pequeños con seguridad, afecto y consideración, incluso en tiempos de crisis.
La particularidad más común entre los progenitores violentos es el haber sido ellos mismos víctimas de abuso o de abandono durante su infancia. Algunos padres mezclan actitudes punitivas con expectativas poco realistas de la capacidad de los pequeños, de lo que tos niños de corta edad pueden dar de sí o hacer. Exigen obediencia, control y disciplina, mientras que, al mismo tiempo, ignoran las necesidades, los sentimientos y deseos de los pequeños. De todas formas, el rasgo que mejor identifica a estos verdugos es la falta de empatía hacia las criaturas, o la incapacidad para ponerse con afecto en sus circunstancias, y su completa ineptitud para comprender las limitaciones y vulnerabilidades de los niños.
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Una respuesta frecuente ante las noticias de niños maltratados es tratar de suprimirlas de la conciencia y de mantenerlas lejos de nuestra cotidianidad. Ciertas salvajadas son demasiado repulsivas y chocantes como para reconocerlas, entran en la categoría de lo que es tabú. Sin embargo, como expresó Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz en 1986:
«Ante las atrocidades tenemos que tomar partido. La posición neutral ayuda siempre al opresor, nunca a la víctima. El silencio estimula al verdugo, nunca al que sufre».