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En el barrio de Tul Kork las prostitutas empiezan a llegar a las siete de la tarde, a lomos de una motocicleta conducida por sus proxenetas. Van sentadas de lado, aún sonrientes a pesar de la mirada perdida, y saltan al arcén enfangado por las lluvias del monzón consus humildes chanclas. Llevan camisetas de Hello Kitty y Mickey Mouse. Son escandalosamente jóvenes, confiesan tener entre 17 y 19 años, pero algunas apenas han cumplido los 14. Acompañamos a un grupo de Afesip (Ayuda para las Mujeres en Situación Precaria) en su visita a las alcantarillas de Pnom Pehn. Para poder hablar con ellas debemos camuflarnos como asistentes sociales, repartiendo preservativos e información sanitaria –Camboya ostenta la tasa más alta del VIH en Asia –, aunque muchas sean analfabetas. Cada vez que se acerca una moto, los cooperantes nos rodean con su brazo: los chulos van armados. Afesip fue creada en 1996 por Somaly Mam, una mujer cuyo coraje le ha valido varios reconocimientos internacionales, entre ellos el Príncipe de Asturias. Pero el haber rescatado a más de 3.000 niñas esclavas sexuales también le ha valido vivir bajo constantes amenazas. Hace tres años, su hija Champa desapareció a la salida del colegio. Sus enemigos consiguieron burlar a los escoltas que acompañan a Mam y a su familia. De nuevo, revivió el horror sufrido cuando, huérfana, fue vendida a un hombre que la entregó a un burdel. El dolor que creía replegado se hacía insoportable mientras buscaba a su hija de 14 años en la frontera con Tailandia. La encontraron en un burdel del norte: estaba drogada, había sido violada y no reconocía a su madre.Después del paseo desolador en una furgoneta de Manos Unidas –España es uno de los principales donantes internacionales–, entramos en un pub. Su nombre, para que tome nota el Centro de Inteligencia para el Crimen Organizado, es Sharky. El rótulo de la entrada reza: "No pistolas, no drogas". Se permite otro tipo de delitos. Hombres occidentales de más de sesenta años observan a menores de edad jugando al billar, las mismas que al poco rato se sentarán sobre sus rodillas. Deben de ser las diez de la noche cuando una pareja entra con una niña, cinco o seis años, vestida de princesa. Me tiembla el labio. La policía no puede intervenir en el coto privado de la mafia más peligrosa. Así se ha escrito la historia. Han traído a una niña, de la edad de nuestras hijas, para ser prostituida ante nuestras narices. Los asuntos de Estado empequeñecen frente a esta escena, ¿puede haber algo peor? Sí, resulta miserable regresar a nuestro hotel para occidentales, a nuestra vida confortablemente occidental, mientras los abusos a la infancia forman parte del paisaje turístico del verano. Denunciémoslo. Y transformemos la limosna en ayudas para la educación, la mejor herramienta para combatir el sometimiento.