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"Yo era un borrego; seguía lo que hacía el grupo porque quería formar parte de él, tenía miedo a ser excluido. Luego, por desgracia, también llegué a ser tiburón, un líder. Estoy muy arrepentido de haber sido un acosador y ayudar a corregir esas conductas es mi redención". Así habla Ricardo, un chaval de 16 años que acaba de volver con otros siete adolescentes del colegio madrileño Areteia de 'Aventura C95 Stop Bulling a Perú', una iniciativa solidaria que les ha llevado al país andino para enarbolar la bandera contra el acoso. 'Se buscan valientes', se llama la campaña que los reunió, y entre esos valientes figuran tanto víctimas como verdugos y testigos. Ricardo da la cara y hay que aplaudirlo. Su testimonio es un arma contra el maltrato. "Siento mucha vergüenza y cuando lo recuerdo me siento muy mal, muy triste", se sincera.Cuenta que él también sintió hostigamiento por parte del profesorado. "Me machacaban diciéndome que solo servía para cajero de McDonald's, que dejara de estudiar. Me hicieron sentir una rabia que volqué hacia los compañeros", recuerda el joven, que hará Medicina si las notas se lo permiten.
Tenía 14 años cuando se unió a una banda que zurraba al 'elegido' de turno. "No sé exactamente por qué a aquel chaval. En mi colegio no había problemas de discriminación física o racial, uno de los agresores era latino y otro gordito. Quizá fuimos a por él porque era un pesado, o porque estaba bastante aislado, lo veíamos solo en el patio o con críos de cursos más bajos".
El vestuario era la sala de torturas. Cuando se quitaba la camiseta, le atacaban. "Yo le di collejas, otros le daban patadas. Fuimos muy crueles. El pobre entraba atemorizado en el vestuario. Lo pasaba muy mal". Cometían todas las acciones al amparo de la manada. Así funciona el maltrato escolar. "Íbamos siempre cinco o seis, nunca solos. Y las víctimas suelen ser chicos tímidos, solitarios, gente que no sabe relacionarse". Las fechorías, por su parte, no pasaron a la red.
Ricardo reprende también al profesorado. Los maestros lo sabían y no intervenían, dice. Apenas les cayó alguna charla que, afirma, no les sirvió de nada. "Te hablan diez minutos sin llegar a concienciarte. Deberían implicarse más con los alumnos".
Su etapa en el lado oscuro prosiguió durante sus estudios en Canadá para mejorar el inglés. Se repitió el peaje de la integración al grupo. "No conocía a nadie y me junté con los 'malotes', los 'macarritas'". Otra víctima sufrió los efectos de lo que él define como "una droga". "Sientes una superioridad, un poder, es adictivo. Pero por un minuto de subidón de adrenalina llevas al infierno a un compañero, le destrozas la vida", subraya el exacosador.
"Pertenecer al grupo te da seguridad, eres intocable, no tienes miedo y te sientes feliz e invencible", argumenta el joven, que apunta soluciones desde su experiencia. A partir de 3º de primaria deberían impartir cursos de aceptación a los demás, ahondar en los problemas de convivencia. Y tratar el 'bullying' con todos los implicados. "Hay que juntar a padres, profes, acosados y acosadores y abordarlo seriamente para que los violentos se den cuenta de sus actos". Expulsar al malo de la película no es la solución. "Genera más rabia y más problemas, no beneficia a nadie", precisa Ricardo.
"Como me entere de que lo vuelves a hacer no tienes mundo para correr", le soltó su madre cuando supo de sus 'correrías' pasadas. Entonces ya se había rehabilitado. Lo hizo cuando al volver a España supo que un amigo íntimo estaba sufriendo 'bullying'. "Cambié el chip. Me di cuenta de que no podía seguir así. Me alejé de aquella gente y busqué nuevos amigos".
Entre sus buenos amigos está Laura, compañera en el Areteia y en el viaje a Perú, que vivió el otro lado de los abusos. "Yo de pequeña sufrí insultos y agresiones durante años, tanto por parte de chicos como de chicas de mi clase. Ellas me insultaban por ser de origen latino, y ellos me pegaban, lo pasé muy mal", rememora la estudiante de 16 años.
Le salvó la esperanza. "Tuve suerte de ser positiva y pensar que se solucionaría. El problema se zanjó cuando los profesores actuaron tras una encerrona que me hicieron", resuelve la joven, que certifica que el maltrato físico y verbal es habitual en las aulas. "Muchos acosan para hacerse los valientes, los 'guays', y para desviar la mirada de sus propios defectos insultando a otros. Así evitan que se metan con ellos", precisa Laura, que pide que se denuncie el hostigamiento. "Los testigos no deben pensar que son unos chivatos sino en los derechos de las otras personas".